Tras noventa y cinco años de vida, después de una larga enfermedad y de haber sobrevivido a varios equipos de paliativos, a muchas bombas de morfina, a varias visitas del párroco «in articulo mortis», anoche, mientras rezábamos una de las últimas novenas a la Virgen del Amparo, nos dejaba Agustina, la madre de José Manuel, la suegra de Quintín, la visabuela de unos de los jefes de monaguillos Miguel. Ella nos termina la novena y ella también se nos despide, aunque lentamente se ha ido despidiendo en estos años, desde que llegué al pueblo, aproximadamente.
Su muerte adelanta la Misa de la noche a la que será la de su entierro, en la Parroquia. Allí veremos el nuevo altar de la Virgen de la Piedad, despediremos a Agustina, y rezando el Rosario, como de costumbre, la acompañaremos al Cementerio. No temas hermana, Cristo murió por ti y en su resurrección fuiste salvada. El Señor te protegió durante tu vida, por ello esperamos que también te librará, en el último día, de la muerte que acabas de sufrir. Por el Bautismo fuiste hecha miembro de Cristo resucitado. El agua que ahora derramaremos sobre tu cuerpo nos lo recordará.
Dice el catecismo que, después de la muerte, aquellas almas que mueren en gracia de Dios, van al purgatorio, en el caso de no estar totalmente preparadas para entrar en el Paraíso, a fin de que su alma quede limpia. Pude darle la bendición a Agustina, pocas horas antes de morir, estábamos los dos solos, en lo que sería su siesta de haber estado bien. Creo que, también podemos purificar nuestros pocos o muchos pecados en esta vida, y casi puedo decir que ella, no solamente ha purificado su alma, sino que ha hecho méritos por todos nosotros. ¡Qué larga su enfermedad! No me canso de decir que aquellos que estabais con ella, familiares, trabajadores de la residencia y equipos médicos, habéis dado un ejemplo grande de constancia y entereza, como la suya. Seguid así.
Pero hoy nos tocaba hablar de la última obra de misericordia de esta novena: Sufrir con paciencia los defectos del prójimo. Quizás es una obra de caridad que tiene cierto sentido del humor, pero que es la más importante de todas, en lo que se refiere a la convivencia diaria. Cuanto más nos cuesta soportar los defectos de aquellos que tenemos más cerca, de los que son nuestro «próximo», más les debe costar a ellos soportar los nuestros, eso no es difícil de deducirlo. Al final, la fuente de todos los problemas entre nosotros no es otra que nuestra falta de santidad. Si fuéramos ángeles del Cielo no tendríamos que soportar defectos de nadie.
Creo que si Jesús no hubiera soportado los defectos de sus discípulos, de los apóstoles, ni se hubiera subido a la barca, ni se hubiera dejado clavar en la Cruz. Él quiso descender del Cielo para que nosotros descendamos a los sufrimientos de los demás, pero no juzgándolos, sino sufriendo con ellos, porque no sabemos lo que Dios pide a cada uno. Lo cual no quita que escuchemos lo que dicen de nosotros, porque se puede aprender mucho. Cuando alguien nos critica no hay que agobiarse con eso, sino dejar correr el agua para que no se estanque. Pero mientras corre, si lo que dicen es cierto, hay que procurar corregirlo, y si es mentira, rezar por ellos y seguir adelante. Hoy día se critica lo bueno, unas veces porque nos parece imposible la bondad en los demás, otros días porque no sabemos hablar de lo bueno. Otras también por envidia. Sea por lo que fuere, nos viene bien recordar las palabras de San Juan de la Cruz a sus novicios:
Cerrar los ojos resueltamente a todo lo que pasa a vuestro alrededor en el monasterio mismo. Es un juego peligroso para quien no tiene cargo, el constituirse en censor o solamente espectador de la lucha que sus hermanos en religión hacen contra el hombre viejo. No estáis en disposición de juzgar el mal, ignoráis lo que Dios pide a vuestro hermano, entonces cerrad sobre él los ojos; es el remedio mayor para no juzgar mal. […] Aunque vivas entre ángeles te parecerá muchas cosas no bien, por no entender tú las sustancia de ellas. Aunque vivas entre demonios quiere Dios que de tal manera vivas entre ellos, que ni vuelvas la cabeza de pensamiento a sus cosas, sino que las dejes totalmente, procurando tú, traer tu alma pura y entera en Dios, sin que un pensamiento de eso ni de eso otro te estorbe. A este precio, y solamente a este precio, se logra la paz del alma y de la comunidad. A este precio se alcanza la verdadera caridad fraterna que busca dar, no recibir; excusar, no juzgar, ayudar a los que escalan, penosamente, el sendero, porque bajo las apariencias más diversas son semejantes para todos las luchas y las dificultades, las miserias y la impotencia.
Pidamos a la Virgen del Amparo, que desde su trono, desde su ermita, nos ilumine para comprender las situaciones de otros, para que los demás nos tengan paciencia y vivamos cada día la misericordia que viene de su parte, hasta que con Agustina y todos los nuestros podamos encontrarnos en el Cielo. Nos vemos, si Dios quiere, en la Misa de la Patrona, en la procesión de mañana, en cada momento que necesitéis, o quien sabe, si os necesito antes. Mi bendición para todos. Gracias por la atención y el silencio en estas novenas. Rezad por mí.
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