Hace poco que nos dejó Petra. En la residencia María Perona de Santa María del Campo Rus, notaremos su falta. Hoy, después de haberla visto muchas veces comulgar, sonreír, alegrarse de que la fuéramos a ver o de que tocase decir Misa en la hermosa capilla de la residencia, me pregunto de dónde ha salido esa conformidad vivida con alegría.

     He sabido que rezaba dos oraciones que quiero compartir con ustedes. Después de unos días, las he encontrado. Están en el libro «Encuentro» del Padre Larrañaga. Los talleres de oración y vida de este Padre son un instrumento de Dios para vivir de forma coherente la vida cristiana. Espero que puedan rezarlas con las misma devoción que, cada día, las rezaba ella: Libro encuentro en PDF.

      Oración de la Mañana

      Señor, en el silencio de este día que nace, vengo a pedirte paz, sabiduría y fuerza. Hoy quiero mirar el mundo con ojos llenos de amor; ser paciente, comprensivo, humilde, suave y bueno. Ver detrás de las apariencias a tus hijos, como lo ves Tú mismo, para, así poder apreciar la bondad de cada uno. Cierra mis oídos a toda murmuración, guarda mi lengua de toda maledicencia, que sólo los pensamientos que bendigan permanezcan en mí. Quiero ser tan bien intencionado y justo que todos los que se acerquen a mí, sientan tu presencia. Revísteme de tu bondad, Señor, y haz que durante este día, yo te refleje. Amén. 

      Plegaria para la noche

      Padre mío, ahora que las voces se silenciaron y los clamores se apagaron, aquí al pie de la cama mi alma se eleva hasta ti para decirte creo en Ti, espero en Ti, te amo con todas mis fuerzas. Gloria a Ti, Señor. 

    Deposito en tus manos la fatiga y la lucha, las alegrías y desencantos de este día que quedó a atrás. Si los nervios traicionaron, si los impulsos egoístas me dominaron, si di entrada al rencor o a la tristeza, ¡perdón, Señor! Ten piedad de mí. Sí he sido infiel, si pronuncié palabras vanas, si me dejé llevar por la impaciencia, si fui espina para alguien, ¡perdón, Señor!. No quiero esta noche entregarme al sueño sin sentir sobre mi alma  la seguridad de tu misericordia, tu dulce misericordia enteramente gratuita, Señor. 

    Te doy gracias, Padre mío, porque has sido la sombra fresca que me ha cobijado durante todo este día. Te doy gracias porque -invisible, cariñoso, envolvente- me has cuidado como una madre, a lo largo de estas horas. Señor, a mi derredor ya todo es silencio y calma. Envía el ángel de la Paz a esta casa. Relaja mis nervios, sosiega mi espíritu, suelta mis tensiones, inunda mi ser de silencio y serenidad. 

      Vela sobre mí, Padre querido, mientras me entrego confiado al sueño, como un niño que duerme feliz en tus brazos. En tu nombre, Señor, descansaré tranquilo. Así sea. 

Otras homilías de entierros: Hasta el Cielo, Tomás Siempre ha sido Pepa

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