Hace no más de cincuenta años, tal día como hoy, se desmontaba el Belén. Terminaba el tiempo de Navidad, celebrando el último misterio de la infancia de Jesús: La Presentación del Niño Jesús en el Templo y la Purificación de su Santísima Madre. También un día como hoy el anciano Simeón recitaba las hermosas palabras del cántico bíblico: Ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz; porque mis ojos han visto a tu Salvador. Esta oración la rezamos todas las noches sacerdotes, frailes y religiosas antes de ir a descansar en lo que se llama «Completas».
El Espíritu Santo le había dicho que vería al Salvador y él, que lo había creído, por esperar ese día, lo reconoció enseguida. Muchas veces no reconocemos las manifestaciones de Dios, o porque no tenemos Fe suficiente o porque no queremos esperar. También otro sacerdote del Templo dio testimonio de la presencia del Hijo de Dios, como Mesías, al recitar las palabras que rezamos en la oración de «Laudes»: Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo. Pido al Cielo que el bendecir, el bien decir a aquellos que nos rodean, sea señal de nuestro ser cristianos. Él dio testimonio de la presencia del Señor, después de haber perdido el habla por dudar. Muchas veces dudamos de hablar de Cristo. Nos quieren convencer que el testimonio cristiano es sólo para el interior, y sabemos sobradamente que aquello que no manifestamos, en realidad, no existe. Quien no vive la Fe, la acaba perdiendo; quien no dice que cree, ¿qué cree? Si la Fe viene a través del oído, ¿cómo va a llegar a aquellos que deben oírla de nuestros labios?
Es posible que tengamos una Fe adormecida y que nos cueste decir: Yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo. No me avergüenzo de las palabras de mi oración dominical al decir: Creo en Dios Padre, creo en Dios Hijo, Creo en Dios, Espíritu Santo. El bebé que la Virgen María llevaba en sus entrañas ya era Dios. No hizo falta esperar al nacimiento, ni tampoco al Bautismo para saber que la segunda persona de la Santísima Trinidad era Dios y Hombre a la vez. Del todo Dios, y del todo Hombre. Con sentimientos de hombre, con corazón humano, con afectos como nosotros. Por eso podemos decir, en la plenitud del amor de Dios: Te amo. Hoy nadie dice «te quiero» más allá de la relación de pareja. ¿Por qué? ¿Por qué nos cuesta tanto bien decir, y tan poco maldecir, o criticar? Lo importante es la vida, no lo que se dice. «Menos besos y mejor comportamiento» decía mi abuela. Puede ser cierto, pero un amor, lleva al otro.
La Virgen Santísima fue a ayudar a su prima Isabel, y el niño, que llevaba en las entrañas, saltó de alegría en su vientre. Y, a la vez, al mismo tiempo, y quizás con la misma importancia la Virgen entonó otro cántico: Proclama mi alma la grandeza del Señor, porque ha mirado la humildad de su esclava. El «Magníficat» lo rezamos muchas veces aquellos que amamos a María Santísima. Y junto con esa oración, también debemos saltar de alegría porque tenemos una Madre en el Cielo. También podemos hablarle de Ella a los demás, e imitarla con nuestra vida. Sabía, por las palabras de Simeón que iba a sufrir, y mucho. No es tiempo de tapar que somos cristianos, ni tampoco de dejar de decirlo porque vayan a perseguirnos. Habrá más mártires, los está habiendo. Es cierto, y pronto no será lejos, pero no creo que sea necesario que tengan que gritar las piedras, porque no callaremos. Que nadie os convenza de que no hay que hablar de Religión, que nadie se atreva a blasfemar (en virtud de una falsa «libertad de expresión» mal entendida) y luego os diga que no habléis de Dios, para no ofender. Si vuestros amigos no quieren escuchar lo que está dentro de vuestro corazón, el problema lo tienen ellos, no vosotros.
Hablad bien, y hablad de Dios. Y quien no quiera tus bendiciones, tened claro que no se merece vuestra conversación. Y siempre que habléis de ellos, que sea con una sonrisa, que sea mostrando el Gozo que Él nos da, porque para ello, no hace falta que todo vaya bien, simplemente es necesario, vivir en Él. Por Cristo, con Él y en Él. Sí, que lo sepan, a Él todo honor y toda gloria, sin miedo, sin tardar, a tiempo y a destiempo. Que a nadie le falte tu testimonio: ¡Proclama mi alma la grandeza del Señor!
Reblogueó esto en Se llenaron de inmensa alegríay comentado:
Una meditación que puede ayudarte a vivir el día de mañana, cerca del Señor. Aquí te dejo estas letras…
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