Empezamos la segunda semana de los ejercicios y me gustaría centrarme en las meditaciones en torno a la vida de Jesús. En una ocasión, durante unos ejercicios, eme dijo un sacerdote que no había tiempo para meditar sobre la vida de Jesús, creo que ese es el problema fundamental de nuestra vida, detrás de las “muchas cosas de nuestra vida”, no tenemos tiempo de meditar en al vida de Jesús, meditar en cómo la vida de Jesús influye en la nuestra y qué participación tenemos nosotros en la suya, hasta qué punto somos capaces en un momento de hacer oración de irnos donde está Él y vivir los misterios de su vida.

Vamos a meditar sobre la Infancia, la Vida en Nazaret, Belén… los misterios que nos cuenta San Lucas que le contó la Virgen Santísima y viajar un momento al interior de un cuadro. En la Iglesia de los Dominicos de Ocaña, mirando al altar a la derecha, hay un fresco muy grande sobre el taller de Nazaret, donde vemos a Jesús con unos palos en forma de cruz, San José al otro lado con una sierra en la mano y la Virgen sentada cosiendo en lo que viene a ser la poca sombra que da una parra encaramada a una especie de toldo donde se atisba la sombra de un crucificado que confluyen las ramas de esa parra. Los misterios de la cruz del Señor siempre entrometidos en la vida familiar de Jesús, José y María. Y en ese momento la Virgen se pone a explicar cosas para que las oiga el Niño, José de ja la sierra y escucha… Puede ser este un momento de silencio, un momento de contemplación en el que nos demos cuenta de qué ocurrió en ese corazón donde María guardaba todas las cosas que pasaban desde que llegaron los pastores.

Hace poco estuve hablando con un enfermo del pueblo donde estoy de párroco y me decía: “está muy claro que hay algo, Padre, porque yo recuerdo en la Misa de exequias de mi hermano, su hija y su esposa, que murieron de accidente de tráfico, una paloma blanca (de las que no hay por aquí) descendió de lo alto, pasó por encima de los tres féretros y desapareció. Hay algo, existe Dios.” Como ese hombre es pastor, le contesté: “Sí, existe Dios, y a nosotros los pastores, nos tendrá en cuenta a la hora de la muerte.” Y con una cara transformada contestó: “Sí, Padre, porque fuimos los primeros.”

En Santa María del Campo Rus, en la noche de la Misa del Gallo, cuando toca adorar al Niño, acuden primero los pastores porque ellos fueron los primeros en adorar al Niño, y este pueblo todavía es un pueblo de pastores. ¡Qué hermoso testimonio! Qué hermosa situación de ponerse en aquella noche, en aquel pueblo pequeño de Belén para adorar aquel Dios hecho niño.

La Virgen le contaría eso, contaría cómo vino el Ángel, y a lo mejor San José contaría sus dudas, el camino que hicieron juntos de Nazaret a Belén para inscribirse porque César Augusto quería hacer un censo para saber cuántos eran, Esa providencia de las causas segundas que le hace a la Sagrada Familia estar en  Belén para que fuera verdad lo que dijeron a los Magos del profeta Miqueas: “Y tu Belén, tierra de Judá, no eres ni mucho menos la más pequeña de las ciudades de Israel”. Qué bonitas son las lecturas de Navidad, si podéis coged el Evangelio y volved a esas profecías, a esos misterios de la llegada del Mesías a nuestras vidas porque si no se hubiera hecho hombre, hoy no lo tendríamos entre nosotros, en cada Eucaristía, en cada Belén, en cada procesión, en cada momento de oración. Sí, podemos estar junto a Jesús en esos misterios y también podemos traer esos misterios a nuestro día a día para que nos lo llenen de luz.

Los Reyes Magos

Me gustaría centrarme en esta meditación especialmente, entre todos los misterios de la Navidad a los Reyes Magos. Dice el texto que se “llenaron de inmensa alegría” cuando vieron la estrella al salir del palacio de Herodes. Se llenaron de esa alegría que todos los cristianos deberíamos saber llevar en el corazón y trasmitir a los demás. La alegría no sólo de los regalos, si no la alegría de regalarnos a nosotros mismos, de darnos, porque nadie tiene amor más grande que el que da su vida, como hizo Jesucristo, dar su vida por nosotros desde niño. Vamos a pedirle a los Reyes Magos que sepamos dar nuestra vida por los demás.

«Nacido Jesús en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes, unos magos que venían del Oriente se presentaron en Jerusalén, diciendo: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Pues vimos su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle.» En oyéndolo, el rey Herodes se sobresaltó y con él toda Jerusalén. Convocó a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, y por ellos se estuvo informando del lugar donde había de nacer el Cristo. Ellos le dijeron: «En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel.» Entonces Herodes llamó aparte a los magos y por sus datos precisó el tiempo de la aparición de la estrella. Después, enviándolos a Belén, les dijo: «Id e indagad cuidadosamente sobre ese niño; y cuando le encontréis, comunicádmelo, para ir también yo a adorarle.» Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra. Y, avisados en sueños que no volvieran donde Herodes, se retiraron a su país por otro camino.» (San Mateo 2; 1-12)

El relato es entrañable. A mí me recuerda a las mañanas de Reyes, cuando con mi familia íbamos a Misa después de haber abierto los regalos y después teníamos que ir a casa de unos tíos, comer con la familia, se acababa la Navidad y se volvía al colegio donde el profesor de Lengua te pedía una redacción de lo que te habían traído los Reyes. Me gustaría que hiciéramos el ejercicio de descubrir lo que nos ha traído la Navidad a lo largo de nuestra vida, cómo hemos vivido los misterios y cómo intentamos ayudar a los demás a que los vivan, porque quizás también es nuestra principal obligación: hacer conocer a los otros a Jesucristo.

Vamos a considerar la Adoración de los Magos en tres puntos:

1º Todos vamos hacia Jesús, pero no vamos solos. “¿Dónde está el Rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella y hemos venido a adorarlo” (Mt 2, 2).

“Con estas palabras, los magos, venidos de tierras lejanas, nos dan a conocer el motivo de su larga travesía: adorar al rey recién nacido. Ver y adorar, dos acciones que se destacan en el relato evangélico: vimos una estrella y queremos adorar. Estos hombres vieron una estrella que los puso en movimiento. El descubrimiento de algo inusual que sucedió en el cielo logró desencadenar un sinfín de acontecimientos.” Son palabras del Santo Padre en la fiesta de la Epifanía del 2017.

Los Magos vieron y se pusieron en camino. Todos estamos llamados a ir a Jesús. Queramos o no, lo creamos o no, todos tendremos un encuentro con Jesús. La vida es un camino y estamos aquí de paso. Dependiendo de cómo hagamos este camino mi encuentro con Jesús será para recibir el abrazo eterno o para ser rechazado por Él para toda la eternidad.

Al igual que los Magos, este camino no lo hacemos solos. Probablemente los Magos no se conocían, algo les unió. Les unió la Estrella, les unió “el mirar al cielo”. Quizás el primer encuentro fue “chocante”, hombres de diferente cultura, edad… pero supieron sobreponerse y trabajar en equipo, poniendo cada uno lo mejor de sí, y sabiendo ver en los otros lo bueno que tenían. Quizás Melchor estaba mayor, pero su sabiduría… ¡impresionante! Sabía de todo porque había estudiado mucho y porque ya tenía mucha experiencia. Gaspar podía ser más calculador, sabía pensar en frío y ver más allá de lo que pasaba en ese mismo instante. Baltasar, bueno como ninguno, inocente, sólo pensaría en cómo ayudar a los demás, cómo hacer la vida más fácil a los otros. Estos tres hombres tan diferentes entre sí, cumplieron una misión juntos y la clave del éxito fue que todos pusieron los dones recibidos al servicio de los demás y todos supieron aprovecharse de los dones del prójimo.

Al igual que los Magos nosotros no vamos solos en nuestro encuentro con Jesús y al igual que los ellos debemos esforzarnos en poner nuestros talentos al servicio de los demás y saber aprovecharnos de los dones que los demás gozan.

Para ello será necesario conocernos un poco. Cuidado con la falsa humildad que te hace decir que no sirves para nada, que no tienes nada bueno que sirva de ayuda a los otros. Todos tenemos algo bueno, no por méritos propios, si no porque Dios nos lo ha regalado para que nosotros lo hagamos fructificar. Al siervo que entierra su talento “por miedo” Nuestro Señor le llama “siervo malo y perezoso” (Mateo 25; 14-30). A veces estamos tan pendientes de examinar a los demás que no nos paramos en mirarnos a nosotros mismos, si lo hiciéramos podríamos descubrir las maravillas que hace Dios en nuestras almas. Y a veces pensamos tanto en lo que hacemos mal que no nos damos cuenta de que podemos hacer muchas cosas bien. No todos servimos para lo mismo, unos destacaran por su sabiduría, otros por su espíritu de sacrificio, otros por ser “manitas”, muy hábiles con las manos y con su trabajo, otros por su sensatez, otros por su prudencia… y así podríamos continuar una lista interminable de cualidades que podemos poner al servicio de los demás. Todas estas cosas que nos hacen diferentes tienen un nexo de unión, al igual que a los Magos les unió la Estrella a nosotros nos une la CARIDAD. Si por amor a Dios y al prójimo, trabajo mis talentos, mi encuentro con Jesús será como el de los dos amigos que hace tiempo que no se ven pero siempre han estado unidos.

En el día a día, tenemos muchas oportunidades de ayudar a los demás, no caigamos en la tentación de esperar grandes ocasiones, vivamos el momento que Dios nos regala colmándolo de amor a Él y, por amor a Él, al prójimo.

Si difícil es vivir olvidado de uno mismo, sirviendo a los demás, quizás es más difícil saber ver en los demás lo bueno que tienen y dar gracias a Dios por haberles colmado de esos dones. Las personas tendemos a ver lo malo de los otros. ¡Cuánto nos quejamos de los prójimos cercanos! Cuantas veces pensamos que tendrían que hacer las cosas de otra manera, que poco apreciamos los valores que tienen, las virtudes, como aprenden, como mejoran…

Conozco a dos mujeres que se quieren mucho, tienen una amistad de aquellas que te dan “santa envidia”. Cuando hablan entre ellas, siempre sacan algo bueno. Pues bien, un día estaban hablando por teléfono y una le dice a la otra: “es que yo soy muy crítica, enseguida juzgo a los demás”. Inmediatamente la otra contesta: “yo era así, pero sabes lo que me fue muy bien para corregirme: ver en los demás siempre algo bueno. A veces no es fácil, hay que buscar mucho, pero siempre se encuentra. Y una vez lo había descubierto no dejaba pasar la oportunidad de decírselo al otro “oye mira, me ha gustado mucho esto que has dicho o hecho; muchas gracias me has hecho mucho bien”. ¡Qué amistad más bonita! ¡Cuánta razón tiene la que da el consejo! Si todos nos esforzáramos un poco en ver lo bueno de los demás…

Dejadme que os ponga otro ejemplo: en el noviciado éramos unos 12 y un día el fundador, el Padre Alba, nos mandó unos “deberes”. Teníamos que hacer una redacción anotando lo bueno que veíamos en los hermanos del noviciado. Fue un ejercicio largo pero muy provechoso. Quizás lo podríamos hacer: una lista de los nombres de las personas con las que tenemos más trato y al lado tres cualidades buenas de cada una de ellas. Os impresionará las maravillas que descubriréis.

Pero en el trato con los demás, no basta ver lo bueno que tienen, también hay que aprender a aceptarlo. Hay personas que, por envidia o por una cierta autosuficiencia, nunca se dejan ayudar. Recuerdo una foto que hicieron pública de la JMJ en Panamá. El Santo Padre iba por las calles de la ciudad en su Papamovil y se veía cómo entre 6 chavales levantaban a otro que iba en silla de ruedas. Con este gesto consiguieron que las miradas del Santo Padre y la del chaval en silla de ruedas se cruzaran. El obispo Munilla escribía como pie de foto: “entre todos hacemos “uno”, en Cristo Jesús. Si el chaval de silla de ruedas no hubiera querido, por miedo o por vergüenza, si uno de esos 6 chavales que lo levantaron hubiera fallado, nunca se hubiera producido ese encuentro de miradas entre el Santo Padre y el minusválido. Sólo en el cielo sabremos lo que ha supuesto este encuentro y nunca sabremos lo que habría pasado si nunca se hubiera producido. No dejemos pasar la oportunidad de dejarnos ayudar por los demás, dejarse querer por Dios y por los otros. Quizás una ciencia poco aprendida o por lo menos poco practicada y en algunos casos nunca porque nos da miedo deberles algo, porque no queremos depender de nadie, porque no queremos reconocer que otros nos quieren ayudar a ver la estrella, a seguirla y a llegar a Jesús. Piensa en los Magos, pídeles que te ayuden a ayudar y, sobre todo, que te ayuden a dejarte querer

2º Todos vamos a Jesús y todos llevamos algo en las manos. Nosotros decidimos qué queremos llevar a Jesús. Podemos llevar las manos llenas de obras de misericordia, llenas de obras buenas; también las podemos llevar llenas de obras malas o llevar las manos sucias.

“Entraron en la casa; vieron al niño con María su madre y, postrándose, le adoraron; abrieron luego sus cofres y le ofrecieron dones de oro, incienso y mirra.”

A lo mejor nosotros no tenemos regalos tan oportunos, pero los pastores le llevaron queso y otros un poco de abrigo, una manta, leña para calentarse… cada uno tiene que llevar lo que pueda, lo que tenga y si puede ¡lo mejor que tenga! Los Magos se presentaron ante el Niño y le ofrecieron: oro por ser Rey; incienso por ser Dios y mirra por ser hombre. Creo que les tengo que contar algo que me pasó este año en la Misa de la Epifanía, en la homilía hablé un poco con los niños y les pregunté qué les habían traído los Reyes y una niña pequeña dijo que le habían traído una muñeca, luego pregunté a una un poco mayor y le habían traído colonia y a un muchacho le pregunté lo que le había traído a sus padres y resulta que a su mamá le habían traído una crema. Es decir que a medida que crecían en edad, cambiaba el regalo: muñeca, colonia, crema… ¡sólo faltaba la mirra! Esa mirra que se usaba para los entierros, por eso Baltasar se la regaló al Niño porque la usarían para su sepultura y así nos recuerda que ese Niño es hombre y morirá.

Durante el camino cuidaron estos dones como lo más valioso que llevaban ¡era el regalo que le iban a hacer al Dios, Rey hecho Hombre! Pasarían por tormentas, calores, caminos escabrosos… pero sus regalos siempre en sus manos, custodiados, porque no sabían bien cuál sería el momento en el que se encontrarían con el Niño. Ellos estuvieron preparados durante todo el camino.

Todos vamos a Jesús y todos tenemos la oportunidad de decidir qué llevarle. Quizás habéis visto la película de “Balarrasa” es del año 1951 y cuenta la historia de un misionero español que recuerda su pasado antes de morir sobre la nieve de Alaska. Su hermana tiene un accidente de coche (en una meditación anterior ya lo explicamos) y él llega a tiempo para atenderla antes de que muera. Es un momento muy emotivo, en el que la chica se lamenta porque se está muriendo y “sus manos están vacías”. Recordaba la frase que había dicho el hermano después de oír un accidente de avión por la radio mientras cenaba con su familia y decía: “me impresiona su muerte porque se van delante de Dios y sus manos están vacías”. De la misma manera las manos de aquellas personas, de aquella chica en concreto que muere le parece que no lleva nada a Dios, aunque el arrepentimiento de esa situación ya es bueno, ya llevaba algo. Pero aquella chica murió, ¡Qué difícil consolar, animar a las almas que tienen las manos vacías! Las matemáticas de Dios son muy diferentes a las matemáticas de los hombres. No llenaremos nuestras manos mientras no hagamos nada por ayudar a los demás. En la medida que nos demos se irán llenando nuestras manos de piedras preciosas que podremos ofrecer a Jesús. Cuando uno reparte leña, se queda sin leña; cuando uno reparte dinero, se queda sin dinero; pero cuando uno reparte fe, esperanza, caridad, generosidad, alegría, paz… tiene más de todas esas cosas, aumentan en nuestro interior al compartirlas. No hay un momento en el qué debemos empezar a llenar las manos, no conocemos el momento en el que nos pedirán qué llevamos, debemos estar siempre preparados. Nuestro camino hacia Belén, hacia el encuentro con el Rey que es Dios hecho niño, no sabemos cuándo va a ser, puede ser hoy, mañana, puede ser todos los días, porque si queremos encontrarnos con Dios él está ahí esperando. Y le podemos decir: “mira hoy solo he traído esto y he pensado para mañana traerte aquello ¿qué te parece?”. Qué bonito poder consultarlo con el Señor.

Podemos ver una manera muy fácil de llenar las manos con las obras de misericordia. Tenemos las del cuerpo y las del alma, podemos dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento… estas son muy fáciles, muy sencillas, nos cuestan poco, ¿quién no está dispuesto a compartir un bocadillo, o la botella de agua en una excursión? Recuerdo en el camino de Santiago, la gente de los pueblos nos abrían las casas y enchufaban sus mangueras para podernos dar agua. ¿Quién no visita a algún enfermo alguna vez? Dar posada al peregrino o visitar a los presos es como más difícil primero porque te ponen inconvenientes y segundo porque no todo el mundo se encuentra un peregrino o un preso en su vida. Dar la ropa, casi que no tiene mérito porque nos estorba la ropa en los armarios, no obstante, me impacta mucho cuando alguien le da su abrigo, el jersey o lo que lleva puesto a un pobre que encuentra por la calle o el que sale a buscar a los pobres para dárselo, porque si nos quedamos en casa esperando es más difícil. Enterrar a los muertos sí que lo hacemos todos, unos mejor otros peor, con mayor o menor dolor.

Llenar las manos de obras de misericordia espirituales puede ser más difícil porque quién se atreve a enseñar al que no sabe o quién está capacitado para dar un consejo al que lo necesita, o mucho más difícil corregir al que se equivoca. Perdonar al que nos ofende a veces es una tarea imposible y consolar al triste se está poniendo difícil con la cantidad de gente triste que hay y la cantidad de tristeza que acumula cada una de las personas tristes. Sufrir con paciencia los defectos del prójimo, no deja de tener gracia, todos estamos rodeados de prójimos y todos tenemos defectos, con lo cual así como te relacionas con más personas, más fácil es que tengas defectos cerca y además de aguantar los tuyos, tenemos que aprender a aguantar los de los demás. Esto además de ser una obra de misericordia es una necesidad porque el que no sabe aguantar eso le cuesta difícil convivir con los otros y, como dice el Kempis, “hay personas que tienen paz y ponen en paz a los otros; y hay otros que ni la tienen ni dejan en paz a los demás”. Sería interesante pedir esta obra de misericordia a los Reyes Magos. Por último, rezar a Dios por vivos y difuntos sí que lo podemos hacer todos. No sé si dedicamos el tiempo suficiente a estar con Dios o si las obligaciones de nuestro día a día, nuestro horario, nuestros proyectos, nuestras necesidades, nuestras obligaciones… nos están dejando aparcado a Dios allá adentro, en el Sagrario, tapado por tantas cosas, por tantos amigos, por tantas… excusas buenas que nos han apartado de estar con el Único necesario, como le decía al Señor a Marta en casa de Lázaro.

Si bien, estas obras de misericordia son difíciles de hacer o por lo menos de tener la ocasión, puede ser que también sean difíciles de recibir. Se relaciona con el dejarse querer, es decir, no se trata sólo de practicarlas si no de saber aceptarlas. No siempre estamos dispuestos a escuchar un consejo, o a que nos consuelen o incluso a que nos den lo que materialmente necesitamos.

En nuestro caminar a Jesús encontraremos muchas oportunidades de “llenar las manos” quizás aceptando las obras buenas que nos hacen los demás, porque también eso nos llena. Con las buenas obras que hagamos al prójimo recopilaremos oro; con la oración y recepción de sacramentos, incienso; cuando nos dejemos ayudar por los demás, mirra. Así podremos presentarnos ante Jesús, como Melchor, Gaspar y Baltasar con las manos llenas. ¿qué pensarían San José y la Virgen cuando vieran llegar a estas personalidades con estos regalos tan oportunos que hacían falta en ese momento, en esa casa. Porque el oro lo usarían el Egipto, el incienso les ayudaría a poner el corazón en Dios y la mirra les recordaría, bien lo sabe la Virgen Santísima, las espadas de dolor que iban a atravesar su alma, porque no se sabía el momento pero se sabía que Jesús iba a sufrir. Tampoco nosotros sabemos los momentos que quiere el Señor que suframos o el contenido que quiere que pongamos en las manos pero sí que las tenemos que tener abiertas para recibir lo que Él quiera darnos y puede ser una buena idea dedicar un rato de la oración a preguntarle al Niño Jesús lo que quiere que le llevemos

Todos vamos a Jesús, pero el quedarnos por toda la eternidad con Él dependerá de la disposición durante el camino si nuestro corazón está inquieto (que no significa intranquilo), si nuestro corazón es perseverante, si nuestro corazón suspira por encontrarse con Jesús o si por el contrario piensa sólo en sí mismo.

“Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y he aquí que la estrella que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que llegó y se detuvo encima del lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella se llenaron de inmensa alegría”.  Vamos a ir con la disposición de quedarnos con Jesús, todo el día de hoy, toda la semana, toda la vida. Llenos de inmensa alegría, como los Reyes Magos cuando vieron la estrella al salir del palacio de Herodes.

Ellos habían encontrado muchas dificultades en el camino. Quizás la prueba más dolorosa fue el perder la Estrella. Pero no se desanimaron, buscaron una solución. El Papa Benedicto XVI en la solemnidad de la Epifanía del año 2013 decía: “Los hombres que entonces partieron hacia lo desconocido eran, en cualquier caso, hombres de corazón inquieto. Hombres movidos por la búsqueda inquieta de Dios y de la salvación del mundo. Hombres que esperaban, que no se conformaban con sus rentas seguras y quizás una alta posición social. Buscaban la realidad más grande. Tal vez eran hombres doctos que tenían un gran conocimiento de los astros y probablemente disponían también de buena formación filosófica. Pero no solo querían saber muchas cosas. Querían saber sobre todo lo que es esencial. Querían saber cómo se puede llegar a ser persona humana. Y por esto querían saber si Dios existía, dónde está y cómo es. Si él se preocupa de nosotros y cómo podemos encontrarlo.

No querían solamente saber. Querían reconocer la verdad sobre nosotros, y sobre Dios y el mundo. Su peregrinación exterior era expresión de su estar interiormente en camino, de la peregrinación interior de sus corazones. Eran hombres que buscaban a Dios y, en definitiva, estaban en camino hacia él. Eran buscadores de Dios.”

Que importante es sentir la necesidad de buscar, sentir la necesidad de dar con la Verdad. Esta búsqueda tiene siempre su recompensa. Conocemos el caso de Sta. Teresa Benedicta de la Cruz, era judía de nacimiento, pero nada llenaba su vacío. Un día dio con la verdad, empezó a leer las obras de Santa Teresa y se enamoró de Jesús. A partir de ese momento nada le paró, no dejó de buscar la Verdad y a Verdad le salió al paso.

Puede pasarnos que nos acomodemos a la vida que tenemos. Puede pasarnos que ya no nos sorprendamos por nada, ya no somos capaces de admirarnos por el milagro de la Eucaristía o por los múltiples detalles amorosos del Corazón de Jesús para con nosotros. El no sabernos sorprender conlleva peligros y uno de ellos es el caer en la acedia, esa pereza espiritual que no nos deja ir hacia adelante en nuestra relación con Jesús. Como los Magos de Oriente vivamos “inquietos”, tengamos la santa curiosidad que nos haga avanzar más y más hacia Jesús. Superando todas las dificultades del camino, aunque estas sean tan duras como el hecho de que se esconda la Estrella. Hay muchas personas que pasan por “noches oscuras” donde parece que nada tiene sentido, pero con perseverancia también se puede llegar a Jesús aunque sea tanteando el camino. Un caso muy claro lo vemos en la Madre Teresa de Calcuta, esta Santa que nunca dejaba de sonreír, que nunca pensó en otra cosa que no fueran los más pobres entre los pobres, vivió en una continua noche oscura. Pero esta prueba fue la que la llevó al Cielo donde por toda la eternidad gozará de la Luz y del calor del Corazón de Jesús.

Si vas camino de Jesús ve contento, ve alegre, cuéntaselo a los demás. Y si no tienes fe, si nadie te ha explicado lo qué significa, si estás leyendo estas palabras y no sabes ni por qué, ponte en camino, pregunta dónde está como hicieron los Magos. Pero no te equivoques al preguntar, no vayas a Herodes, hay que buscar bien a quién s ele pregunta cada cosa, qué se quiere saber y una vez se sabe comenzar a andar sin cansarse, sin perder la esperanza de encontrar a Dios, sabiendo que cuando lo encontremos no nos dejará solos porque quiere que estemos siempre con Él. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Pidámosle a los Reyes que nos acompañen en esta puesta en camino, de nuestra vida, hacia Dios, hacia ese Dios hecho Niño que espera los regalos de cada momento, esos detalles de corazón que tenemos con los demás, esos que van llenando nuestras manos y que ninguno pasa desapercibido en ese Corazón que tanto ha amado a los hombres hasta darse del todo, hasta venir a vivir con nosotros, hasta quedarse en la Eucaristía y en los sacramentos, hasta contactar con nosotros a través de la oración, hasta estar presente en todo hombre que sufre, en los niños que viven en las guerras, los que no tienen juguetes, hasta dejarnos ser a nosotros, a ti, su consuelo, su ayuda no a lo lejos con cosas imposibles si no cerca de ti con los que viven en tu casa, con los vecinos, los compañeros de trabajo… con los que te acompañan en ese camino que llevamos todos hacia el encuentro definitivo que será con Dios, si tu quieres, si tu le dejas. Que Melchor, Gaspar y Baltasar, nos acompañen en estos ejercicios espirituales y en la vida, con las dificultades de cada uno, con los problemas que tengamos incluso con aquello que no sabemos ni siquiera explicar.

Coloquio

Volvamos a situarnos en el cuadro que hemos descrito antes del convento de los Padres Dominicos en Ocaña, de donde salieron tantos mártires, tantos frailes dominicos españoles que murieron en Corea y en Vietnam y que han ido sido canonizados, sobre todo por San Juan Pablo II, en una especie de testimonio internacional de lo que es el dar la vida por los demás y de lo que es el dar la vida por Jesucristo porque el final es la fe en Jesucristo lo que les determinaba a aquellos enemigos, que no sabían nada de la fe a matarlos. Por eso es tan peligroso hacer como Herodes, decir que sí pero que luego sea que no y acabar persiguiendo cuando has tenido la oportunidad de conocer a Jesús y de hablarle de Él a los otros. El martirio de hoy día, en la Iglesia, es ser ridiculizados por lo que hacen tantas personas buenas; el profeta Isaías lo dice: “¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo!” (Is 5; 20), cuidado porque se está extendiendo mucho esta práctica, quejarnos de lo bueno en lugar de hacerlo de lo malo.

No sabemos le tiempo que se quedaron los Magos, pero no sería mucho porque estaban pendientes de Herodes, se marcharon en seguida avisados por un ángel. A veces no son los ángeles los que nos avisan y son otras personas las que nos dicen cómo y por dónde hay que ir.

Hablemos cada uno desde el corazón con la Virgen Santísima. Ella está sentada en la sombra de una parra, junto a San José que está trabajando y el Niño mirando unos palos puestos en cruz. Una casita blanca, bajita, como las que todavía quedan por Belén y Nazaret. Nos podemos sentar a su lado, o traerle un poco de agua y preguntarle:

¿Qué pensaste cuando llevaste al Templo al Niño?, ¿en qué momento se os ocurrió ir?, ¿sabíais que iba a estar allí Ana, esperándoos desde hacía tantos años? ¿qué pensaste al oír las palabras de Simeón: “Ahora Señor, según tu promesa puedes dejar a tu siervo irse en paz” (Lc 2, 29). ¿no os ha pasado alguna vez haber conseguido algo  que estabais esperando con mucho gozo, levantar la vista a Dios y decir “ya me puedo morir? Cuanod fui a Tierra Santa, ver la cueva de Belén, besar aquella tierra fue uno de los momentos más felices de mi vida. Vete a Belén con el corazón, llévate a la Virgen y que te cuente, como a San Lucas, qué pasó con los pastores, si lloraba el Niño, cómo cantaban los ángeles, cómo lo iluminaban todo.

Acuérdate Virgencita de todos los niños, los que conozco (hijos, sobrinos, vecinos, hijos de amigos…) ¡ayúdales Virgencita! Se nos va el dialogo a pedir, como nos pasa siempre.

Luego podemos pensar qué haría la Virgen cuándo tuvo que volver a Jerusalén a buscar al Niño. Seguro que enfadarse con San José, no; hay veces que nos enfadamos de las cosas que no nos salen bien y quizás Dios las permite para que aprendamos algo “¿No sabíais que tenía que estar en las cosas de mi Padre? (Lc 2; 49) les dijo el Niño. ¿Cuántas veces tendríamos que preguntar más¨? Pero preguntarle a Dios, ¿qué quieres que haga con esto o con aquello? Hay veces que el Sagrario es la última puerta a la que llamamos, nunca es tarde, pero a veces nos habríamos evitado mucho si lo hubiéramos hecho antes. Seguro que la Virgen te invita a estar más ratitos con Jesús, como estuvo Ella aprovechando todos los ratos que tenía. La vida se complica y es cierto que hay personas que no tienen tiempo, pero si somos verdaderos cristianos, ¿cómo puede ser que lo tengamos en el Sagrario y no acudamos a Él? Pregúntaselo a la Virgen ¿por qué Santísima Madre, siempre lo dejo para lo último, por qué no tengo tiempo de rezar contigo?, ¿cómo vamos a poder llevar a Dios a las personas si no estamos con Él?

También podemos preguntarle cómo era la vida en ese taller, cómo trabajaba Jesús, quién le encargaba los trabjos, cómo ponía los precios… por no hablar del viaje a Egipto, tan largo, tan dificultoso… hoy nos quejamos de todo, tenemos calor, hambre, sed… y Jesús ¿no tendría sed camino de Egipto? Y San José con esa responsabilidad de no saber lo que iba a pasar. Cuando a los varones les falta trabajo y no pueden llevar a su casa alimento, también las mujeres trabajan y también seguro que les falta trabajo, pero ese hombre que se ha quedado en la calle, que nadie lo quiere porque es mayor, como sería San José al final de su vida, antes de morir ¡cómo sufriría de no poder trabajar! Podemos pedirle a la Virgen cómo eran los consejos de San José a Jesús, ¿cómo lo hacía?, ¿qué le contaba? Tiene que ser difícil dar consejos a Jesús. Recibir consejos de los demás es muy instructivo, hace mucho bien pero hay que saber escucharles. Como decíamos en el primer punto: hay que conocer a aquellos que nos acompañan porque si no sabemos qué les gusta, qué necesitan cómo sabremos aconsejarles, tendremos que conocer y dejarnos conocer. ¿nos dejamos conocer por Jesús? ¿intentamos conocerle? ¿pasamos ratos charlando con Él? Dicen que el roce hace el cariño, pues si no estamos nunca con Jesús ¿cómo vamos a conocerlo? ¿cómo vamos a reflejar en nuestra vida ese ser cristianos si no sabemos cómo era Cristo? Nos cuesta coger el Evangelio y leer esos relatos hermosos porque ya los hemos oído muchas veces y, en cambio, cada vez que los tenemos delante descubrimos algo nuevo, una nueva experiencia, una nueva palabra, una nueva frase que nos dice el Señor.

Escuchemos a la Virgen cómo nos cuenta el nacimiento y los años en Egipto y Nazaret.

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