En este Evangelio de San Marcos, la Palabra de Dios nos recuerda un encuentro, pero no se refiere a la Navidad, ni tan siquiera a la segunda venida de Cristo. Está aludiendo a ese momento en que nos encontraremos con Él, cara a cara, solos los dos. Por eso dice que es necesario velar. Normalmente, cuando oímos las campanas doblar, con el toque de difuntos, pensamos: «Serán para éste o para aquél, que llevaba días enfermo», pero pocas veces se nos ocurre que también un día tocarán por nosotros.
Puede ser para mí, esta tarde o mañana, independientemente del virus y del problema que queramos pensar, tenemos un día y una hora para ese viaje definitivo que pocas veces preparamos. Mi abuela decía: Mira que te mira Dios, mira que te está mirando, mira que te vas a morir, mira que no sabes cuando. Sin lugar a dudas, es un viaje seguro que, además, no se puede cambiar de fecha, como hacemos con las vacaciones, una salida de fin de semana, o un paseo por Villarrobledo.
Todos preparamos el coche, la maleta, la bolsa de aseo, cuando hay que moverse, aunque ahora casi no nos dejen. En cambio, qué poca gente encuentras diciendo que se está preparando el entierro o, si no quieren verlo tan directo, preparando el alma. Este Adviento puede ser una ocasión para ello. ¿Estás preparado para la pregunta de cómo has vivido las obras de misericordia? Si nos tocara ahora, ¿cuál sería nuestra respuesta? A San Luis Gonzaga le preguntaron qué haría si supiera que se iba a morir en una hora, y respondió: -Seguir jugando. ¡Qué dicha saber que estamos haciendo lo correcto en cada momento! ¡Qué dicha pensar que sea posible que NINGUNA vez nos pongamos a nosotros por delante de los demás, y mucho menos, por delante de Dios! De eso, y de nada más, trata el juicio para el que el Evangelio nos quiere preparar.
Sin embargo, de la misma manera que ese encuentro, podemos tener otro con cada persona que trata con nosotros, con cada uno que necesita ayuda, con el vecino, el familiar que nunca llama, el amigo que quiere verte. Si aprovecháramos las ocasiones de verlo a Él en los demás, como también explica la Palabra de Dios, podría ser cierto que viéndonos dijeran, como de los primeros cristianos: «Mirad cómo se aman».
En el Colegio de Montesión, en Palma de Mallorca, San Alonso Rodríguez, trabajaba como portero, en la Compañía de Jesús. Durante cuarenta años se estuvo levantando a abrir la puerta diciendo: «Yo voy, Señor», a los que iba a abrir. Estaba convencido de que en cada uno de los que venían estaba presente. Si tuviéramos más Fe nos pasaría como a él. Un buen día, al abrir como siempre la puerta se encontró, de frente, con el Niño Jesús. Que María Santísima, en su espera, nos ayude a saber que cada uno de los que vemos, o hablamos, que cada uno de los que viven con nosotros, o también de los que no, es el mismo Jesús, que viene.
¿Cómo puede ser posible ese misterio? Velando. Estando en oración. Por eso nos invita hoy Jesús, y todo el Adviento, e incluso nos lo manda: VELAD.