Se acerca la Solemnidad de la Encarnación del Hijo de Dios, y quería compartir contigo cuatro reflexiones en torno a cuatro momentos del relato evangélico en el que el Arcángel San Gabriel trae el encargo de Dios Padre, a una casita del, entonces pequeño, pueblo de Nazareth. Quizás esos cuatro momentos o situaciones son necesarios también para que en ti, en mí, o en cualquier persona o situación, Jesús pueda hacerse presente en nosotros. De la misma manera en las alegrías que en las penas, en la salud o en la enfermedad.

Lo primero que dice el Ángel es Alégrate. No sé si somos conscientes de la importancia de la alegría en la vida cristiana. Era el saludo habitual entre el pueblo elegido. Y el motivo que le da es «el Señor es contigo». Jesús está con nosotros, siempre que estemos dispuestos a recibirlo en nuestra vida, en nuestro corazón. Él mismo lo dijo: El Reino de Dios está dentro de vosotros. En la medida en que seamos capaces de «vivir hacia dentro», en lugar de lo que propone el mundo de hoy, viviremos esa alegría interior que se verá desde fuera, y será cauce de evangelización para todos los demás. Transmitir esa alegría, evangelizar con ella, convertirla en vehículo de consuelo para los demás, nos puede hacer levantar el ánimo cada mañana, y a aquellos que son nuestro prójimo próximo también. Quizás más urgente que tantas necesidades de nuestro mundo, ante las que no podemos hacer nada. Por eso, también en esta temporada extraña de miedo y enfermedad, de control y falta de libertades; sí, también en este momento, tú que me lees: Alégrate, el Señor está contigo. Y, si sientes que no está, ponte en paz con Dios, levanta el corazón, y la paz vendrá sobre ti. De lo contrario, le haremos repetir a Santa Teresa: un santo triste, es un triste santo.

Casi a continuación, sin dar tiempo a nada, entre el estupor y la emoción de quien recibe un mensaje del Cielo, le dijo: No temas, María. Tantas veces, ante los acontecimientos de la vida, tenemos miedo. La inseguridad de situaciones de nuestro día a día; en ocasiones, el carácter de cada uno; o qué sé yo qué motivos varios, nos hacen dudar, zozobrar, temer. Y en la tarea que la Iglesia nos ofrece como don, de darnos a los demás, de practicar las obras de misericordia, de llevar el Evangelio a quien no lo conoce, el miedo no tiene cabida. Y no me refiero miedo, al que se tiene en el campo cuando viene el lobo, solamente. Pienso también en el famoso «qué dirán» de los pueblos, en la comodidad del no comprometerse, que no deja de ser un miedo más, a perder lo que ahora llaman «zona de confort». La pregunta es clara: ¿Estás dispuesto a seguir a Cristo o no? Si te da miedo, lo vences; pides ayuda al Cielo, y adelante.

Y es entonces, sólo entonces, cuando el Espíritu Santo vendrá sobre ti. También en Pentecostés los Apóstoles, que habían acompañado al Señor en sus palabras y en sus milagros, que los habían visto prácticamente todos, uno a uno, necesitaron que descendiera sobre ellos, en forma de lenguas de fuego. Sobre María Santísima vino y el Verbo se hizo carne. Ella era la mujer dispuesta a que el designio del Padre sobre la historia se cumpliera. ¿Estás tú dispuesta a que la Providencia actúe sobre tu historia? Le dejas la iniciativa o también, como pasa tantas veces, te has marcado tu «cantidad de Dios». Él es infinito, pero como respeta nuestra libertad, nos hemos acostumbrado a ponerle límites. En primer lugar, queriendo controlar lo que hace en nosotros con nuestro entendimiento. Muchos dicen: «es que no lo entiendo» y, como dice el refrán, le ponen puertas al campo. Cercenan la omnipotencia divina a sus cortas entendederas. No está mal que con lo cortos que somos muchos, Dios sólo pudiera hacer en nosotros aquello que entendemos. La Virgen no lo entendió todo. No hace falta que nosotros lo entendamos.

Por último, respondió HÁGASE EN MÍ, SEGÚN TU PALABRA. Una vez le decimos a Dios que sí, pero que sí del todo, sin reservarnos nada; Él viene a hacerlo, cuando quiere y como quiere. Tantas veces resuena en nuestra vida el «lo que Dios quiera», pero a nuestra manera; casi como un soniquete que no es real. ¿Tú estás dispuesto a que suceda en tu vida lo que Él quiera, de verdad? O va a depender de que a ti te parezca bien, de que te veas capaz, de que no haya riesgos. Mucho peligro tenía, en el pueblo judío, decirle que Sí al Ángel, y la Virgen lo sabía perfectamente. Aún así, de su Sí, ha dependido toda la obra de la Salvación.

Hoy, estos días, mientras llegan los días de la Pasión y Muerte del Señor, podemos preguntarnos si nosotros estamos dispuestos a decirle un «Sí a todo» a Cristo, confiando, a ciegas, en todo su poder, en su providencia, en su infinita sabiduría de qué es lo mejor para nosotros. Si tienes ocasión, delante de cualquier imagen de la Santísima Virgen, pídele su ayuda y su disposición, y una vez suplicadas, ante Dios mismo, o trasladándonos a aquella cripta preciosa donde está escrito «AQUÍ, EL VERBO SE HIZO CARNE», en el ya enorme pueblo de Nazareth, digamos a Jesús, ya hecho hombre: SÍ, HAZ DE MÍ LO QUE QUIERAS. De mi vida, de mi familia, de mi trabajo, de mis amigos, de mis ilusiones, de mi voluntad, de todo mi ser, haz lo que quieras. Hágase en mí, según tu palabra. En ese momento, no temerás, te alegrarás, y ya verás cómo EL ESPÍRITU SANTO VENDRÁ SOBRE TI.

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2 comentarios

  1. El hombre de nuestros días, cansado de tanta insensibilidad,solo le queda un camino:Mirar dentro de sí mismo y encontrar ahí la respuesta: JESÚS 🙏💖

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