El pasado día 29 de junio celebrábamos en toda la Iglesia la Solemnidad de San Pedro y San Pablo. Una fiesta importante para todos, pero para algunos, además, muy especial. El párroco de Iniesta, en la provincia de Cuenca, celebró sus bodas de plata con un buen número de fieles y sacerdotes en su parroquia. Hacía veinticinco años que fue ordenado sacerdote y fuimos a celebrarlo. Entrar de nuevo en aquella parroquia me hizo recordar mi juventud. Hacía más de veintiocho años que estuve ayudando en una Semana Santa. Me acordaba de la iglesia parroquial, del pie del cirio pascual, de algunas cosas curiosas que no pensaba recordar, de D. Javier Borrull, párroco entonces allí, de mi hermano José María que me acompañaba. Se mezclaron recuerdos de infancia, e impresiones inesperadas. Saludé a Don José Vicente Duro, que venía de recuperarse de un Covid grave. ¡Qué sé yo! Mil cosas que podría contar. Sin embargo, me impactó la homilía de Don Miguel Ángel.
También su agradecimiento fue especial, nombrando a todos los que estábamos de uno en uno. No se olvidó ni del monaguillo. ¿Qué les voy a decir de la comida? Comimos en Casa Rocío, a mí me encantó el menú y la compañía. Tuve que marchar ligero, porque esa tarde se celebraban los cien años de la salida a las calles de San Roque, en Villar de la Encina, para pedirle al santo que la gripe española se parara antes de entrar al pueblo. Y como así fue, repiten la procesión todos los años, sí, lo he dicho bien, ha salido siempre. Han pasado varios días, pero no podía dejar de compartir las palabras que he podido recordar y rescatar de ese corazón sacerdotal que se abrió para nosotros. Gracias Miguel Ángel por tu amistad, por las Alabanzas que compartimos, por tu invitación y por la oración que he podido hacer por ti, recordando lo que dijiste aplicado a mí. Espero que les guste… ya no añadiré nada. Les dejo rezando:
Sería muy fácil resumir la homilía. “¿Veis lo que ha dicho San Pablo? Pues lo contrario, yo.” Dice el evangelista: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo; y Jesús le respondió: Tú eres Pedro. No al revés. A veces tenemos la tentación de pensar que nosotros somos los importantes, que por eso Tú eres el Cristo, porque yo te confieso. No es así, es al revés: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, y por eso yo, intento ser tu apóstol. Dice San Agustín algo parecido. Tomar conciencia de mi maldad, verte a Ti, Señor, me hace ver el desagrado que me produzco a mí mismo. Eso hago yo hoy. Confesarte a Ti, me hace confesar que no soy nada sin Ti.
Pedro se sorprendería mucho de cuando lo llamó el Señor, pero tuvo muchos momentos de sorpresa en su vida. Uno de ellos fue en la última cena. Allí, en aquella casa preparada, estaba el lebrillo. Se supone que para que los que pasaban se limpiasen los pies, ellos mismos. En las casas de los ricos, uno de los esclavos, el último, era el que se encargaba de hacer esa tarea. ¡Qué sorpresa, cuando Jesús, quitándose el manto, se pone a lavar los pies, uno a uno! Entonces Pedro, es el que dijo: Tú a mí no me lavarás los pies. Entendió que se humillaba demasiado, pero no se iba a quedar en eso. Jesucristo, hecho hombre, que asume la humanidad hasta el punto de morir, como dirá el Apóstol San Pablo, y una muerte de cruz, sólo era el símbolo de lo que iba a ocurrir en la Cruz. No cabe ya más humillación.
Sí, todavía queda otra, la otra se produjo cuando al partir el pan, dijo: Esto es mi cuerpo que se entrega por nosotros, y cuando levantó la copa, dijo, éste es el cáliz de mi sangre. Por nuestros pecados, se hace Eucaristía, se pone en nuestras manos, nuestras indignas manos, se expone a que hagamos de Él un comercio, pero no un comercio de salvación, sino un comercio mundano. Se expone a esto el Señor, parecería que en la cruz no cabría más humillación. Si la cruz se representa en el Altar, ocurre que nos tenga que disculpar una y otra vez, porque no sabemos lo que hacemos, porque no sabemos tratarlo bien. Este rebajamiento, es el que nos toca a nosotros. El Señor estaba pensando en mí. En aquel punto y hora, estaba pensando en mí. Sí, aún se puede rebajar más. Cuando el Señor dijo: haced esto en memoria mía, encargó a los apóstoles perpetuar el Sacrificio, me pregunto una y otra vez, ¿por qué quisiste que yo te representara? Yo me escogería el último para representarte a Ti. Imaginaos que tenéis que elegir a alguien para que haga vuestras veces, para que os dejara en buen lugar, yo no me escogería a mí. Pero el Señor sí lo hizo.
Por eso, queridos hermanos, os invito a que conmigo, no tanto le deis gracias en este sacrificio, sino que vivamos su fin propiciatorio para que el Señor perdone mis pecados, hagamos acción de gracias, pero también pidamos perdón. Yo, lo hago con toda sinceridad, no me sale otra cosa más que pedirle al Señor perdón, porque si le digo gracias sería como aceptar aquello que creo que nunca he sido capaz de asumir, por eso, sólo le digo “apártate de mí que soy un pecador”. “Perdóname Señor”.
Preciosa carta padre. Menos mal que el Señor no permite que lleguemos a conocer del todo el abismo de nuestra miseria, porque moriríamos del dolor. Ánimo y gracias por compartir.
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