Por un difunto que aún no había muerto, en Santa María del Campo Rus, sin que fuese natural de aquí, y junto a su hijo, que no es su hijo… solo, porque murió de Covid, otra vez, como en aquellos tiempos, hace casi dos años, volví a recibir una llamada; y poco después, volví a rezar en un entierro.
La explicación es sencilla. Me llamaron porque estaba agonizando en el hospital. Celebramos la Misa después, porque sabía que asistiría más gente. Había nacido en otro pueblo, y era padrastro del señor que me acompañó, junto con la funeraria y los albañiles. En la puerta, dos señoras responden en voz baja, pero sin entrar en el cementerio.
Hay momentos en que no valoramos suficiente lo que tenemos. La vida se puede complicar sin saber por qué hasta extremos insospechados. Sólo te pido que pares un momento, reflexiones, le des gracias a Dios que te hizo tener unos padres, quizás hermanos, hijos, seguro que muchos amigos; y que no te acostumbres, porque hay muchos que no los tienen ya, o que no los han tenido nunca.
Puede ser que tengas que coger el teléfono y hacer una llamada, solamente por el gusto de escuchar la voz de la persona a la que llamas, solamente por preguntarle «¿qué tal te va la vida?». ¿A que te sucede pocas veces? Todavía me acuerdo de la primera vez que me pasó. Me quedé extrañado, me dijo: «No quería nada más, era sólo por saber de ti». Se llama Juan de la Cruz, un ahijado de mis padres, que habíamos tratado de chicos, sobre todo en el colegio. Me hizo una gran ilusión. Después de esa frase, colgó el teléfono.
Me parece que, en esta sociedad muchas veces egoísta, no tenemos claro un concepto. Ayudar a otros significa dejar de hacer lo tuyo, para hacer lo que necesitan los demás. No darles el tiempo que te sobra. Ayudar a otros significa darse de la manera que el otro quiere ser ayudado, no siempre como te parece a ti. Ayudar a otros significa, tantas veces, tener esa actitud como costumbre, en una disposición habitual, de forma que se acostumbren, hasta poder llegar a decir: «Es que él es así». «Yo creo que le gusta», hasta que se piensen que no te cuesta. O que vas a verlos porque aunque están lejos, «te gusta conducir». Siiiiiii, vamos, un montón. No me apunto a más carreras por no gastar gas-oil.
Lo que sí me gustaría que pensáramos es que, al bueno de Pascual, que así se llamaba el difunto, ahora no podemos ayudarle más que con oraciones. Pero a los que viven, sí. Que nos hemos convencido que hacemos lo que podemos por los demás, y puede ser una gran mentira. Tú que me lees. ¿Cuánto hace que no llamas a casa?, ¿cuánto que no vas a pasar días enteros, con los tuyos? Después se enfadan conmigo porque hago estas preguntas. Después me dicen que qué sé yo de la situación de cada uno. Nada, nada, suelo contestar. Pero lo veo cada día. Me lo cuentan por teléfono. Toda excusa es buena. Pero como dicen en el pueblo: «aquí, todo el mundo va a la suya, menos yo que voy a la mía».
Siempre suelo explicarlo. Cuando nos despedimos de nuestros seres queridos, el que ha dado TODO lo que ha podido o sabido, como el difunto, descansa en paz. El que sabe que no lo ha hecho, es muy difícil que encuentre consuelo. Antes de que sea tarde, deja lo que estés haciendo. Para un momento, y piensa ¿cómo y a quién puedes ayudar?
Y también, por todas esas personas que vaya bien o mal, tienes a tu lado, por todas esas veces que sientes la compañía de los que te quieren, por los que son tu familia, tus amigos, por los que saben cómo estás sin preguntarte, dale gracias a Dios, y también, muy a menudo, no te olvides de decir: TE QUIERO.
He vuelto a oír, una vez más: «si me contagio y muero, me da igual; pero quiero ver a mis nietos». No te puedo explicar lo que sientes, cuando sabes que antes venían, y ahora no vienen. Es muy duro.