La Virgen sigue diciendo, después de explicar lo que ha hecho por Ella, explica qué hace, qué va a hacer. Y dice: «Él hace proezas con su brazo», el mismo brazo que había separado la tierra del agua, que había puesto en su sitio las estrellas, y había dado color al fondo del mar y a los ríos, y había puesto peces, y fieras, y pajaritos, y como el ser humano no le hacía caso, había salvado a los buenos en un arca, el mismo brazo que ahogó en el Mar Rojo al faraón y a los soldados y que, poco tiempo después escribió las tablas de la Ley, y tiró las murallas de Jericó para darle a su pueblo una tierra que manaba leche y miel, el mismo brazo que después curaría a los ciegos, haría andar a los paralíticos, pararía la tormenta, multiplicaría los panes, encontraría peces una y otra vez y después, se clavaría en la Cruz por ti y por mí, ese brazo que, a día de hoy, capacita a los llamados porque si no, «no pueden ser discípulos suyos», dice el Evangelio. ¿Cómo si no fuera por el brazo de Dios se atrevería alguien a perdonar pecados o a ponerse al frente de una comunidad parroquial, o a decirle a los novios que se juren amor eterno? Si no fuera por Él. Hay una corriente ahora en la Iglesia que está intentando, para evitar que los candidatos al sacerdocio fracasen, hacer muchas pruebas psicológicas. ¡Que no! Que es el brazo el que los capacita, el brazo que hace proezas. No es una cuestión de psicólogos, ni siquiera de estudios. Habrá que prepararse algo pero, pero ¿quién, si no es por el brazo de Dios, «pospone a su padre y a su madre, e incluso a sí mismo?», ¿quién carga con su cruz y va con Él? Sacerdotes, misioneras, laicos, monaguillos, personas mayores. Santa Teresa le decía al Corazón de Jesús: «Ya sé por qué tienes tan pocos amigos». Porque claro, si el plan para seguirte es éste. Y ya dice «el que no renuncie a todos sus bienes no puede ser discípulo mío». Y a lo mejor no son sólo económicos, que hay gente tan pobre que sólo tiene dinero. No, hay más cosas que renunciar, pero el brazo del Señor lo hace posible. Y el mismo brazo que hará que tengamos un Cielo nuevo y una tierra nueva, cuando Él vuelva a reinar.

Y mientras tanto, mientras tanto, cómo sabemos, como dice el Libro de la Sabiduría, ¿cual es el designio de Dios? ¿Quién imaginará lo que el Señor quiere? Empezaban así las lecturas hoy: ¿Quién se atreve a discernir o a dilucidar cuando rezamos «hágase tú voluntad en la tierra como en el Cielo, cual es la voluntad de Dios? Es muy fácil, dice la Virgen: «Dispersa a los soberbios de los proyectos de su corazón». Algunas traducciones dicen: «Dispersa a los soberbios de corazón», pero es muy simple, y además luego lo repetirá porque dice «derriba del trono a los poderosos», «a los ricos los despide vacíos», como lo he encontrado hace muy poquito tiempo es más profundo. «Dispersa a los soberbios de los proyectos de su corazón» quiere decir que todo aquél que no es humilde no está dentro de los proyectos del Corazón de Jesús. Y los humildes, sí. Y no sabemos proyectos para qué, porque la Omnipotencia de Dios no la abarcamos, pero si tú eres humilde, ya verás para qué proyecto te tiene preparado el Señor, y si tú eres soberbio me da igual que seas el párroco de Westminster, el obispo de London Derry, o lo que sea. Te irás fuera de los proyectos de su corazón. Harás tu vida, tu marcha, tu camino, pero no será el camino del Señor. Por eso, cuando uno ve lo que el Señor pide para seguirle, la renuncia de uno mismo, de la familia, de las tierras, del dinero, el cargar con su Cruz y seguirle tiene que ponerse en sus manos y pedirle que lo haga Él. Porque sí, Señor, yo quiero estar en los proyectos de su corazón. Lo de la humildad supongo que depende del día, lo del olvidarse de ti mismo, es una tarea para ir consiguiéndola hasta la muerte, pero al final es cierto. Cuando tú tienes un problema que no sabes resolver, y te pones de rodillas del Sagrario de la Parroquia que todos conocéis, al que le habéis rezado tantas veces; y le dices: «Señor, este te lo dejo a ti, que no se me ocurre la solución», el Señor lo resuelve. Es verdad que, a veces, tenemos prisa, queremos que se arregle antes, porque Él es infinito, para Él no hay tiempo, y entonces, respetar los tiempos de Dios, es una ciencia, vamos a decir, profundo, pero si tú te fías de Él. Si tú te comprometes a darle todas tus cosas, para preocuparte sólo de las suyas, como hace un buen discípulo, claro que se encargará, y claro que hará posible que cumplas tu obligación, la que sea, como decía Calderón de la Barca en «El Gran Teatro del Mundo», que igual es de importante el Príncipe que el mendigo, por eso sólo tenemos que saber cuál es la voluntad de Dios, acogerla con humildad y confiar que como nuestra Virgen del Amparo, con una tarea mucho más difícil, la hizo perfectamente, será el Señor el que lo haga, para poder terminar nuestra vida con San Pablo diciendo: «No soy yo, es Cristo quien vive en mí», y el único camino será: estar en los proyectos de su corazón a través de la humildad. Que así sea.

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