Cuando empezamos el Adviento, intenté dedicar una palabra muy concreta a cada domingo. Así, la semana pasada prediqué de la Paz: Primer Domingo de Adviento, y hoy quería hablaros de la Conversión.
Con el mismo entusiasmo que Juan «el Bautista» he empezado a decir aquellas cosas que me parecía oportunas para convertir el corazón, sin embargo, después de Misa, en la sacristía, algunos buenos feligreses me han avisado de que hay cosas «que no se pueden decir». «¡No!, si lo sabía yo que no se pué decir ya ná». Sea como fuere, suprimiendo lo que no deba quedar escrito, sigamos:
- Tenemos una dificultad respecto de los tiempos de Juan. Hoy, la gente no sabe distinguir, en materia espiritual, la mano derecha de la mano izquierda, o como diríamos aquí, a casi todos les da igual ocho que ochenta. El indiferentismo y la ignorancia religiosa campan por sus fueros como en los peores momentos de la historia. Si no saben la diferencia entre «Redención», «Compunción» y «Contrición», es imposible que sepan qué significa «Conversión». Pero me atrevo a decir más, si cada vez hay más personas que no saben rezar ni el Padre nuestro, y vienen a un entierro preguntando: «¿Sabe usted si va a durar mucho?», estamos con serias dificultades para evangelizar.
- Por otra parte, ¿quién aguanta hoy, no digo ya una reprimenda, sino tan solo, una advertencia? ¿Cómo íbamos a llamar «raza de víboras» a los gobernantes de nuestro tiempo, si siendo asesinos en serie, se molestan cuando alguien lo dice? ¿Cómo íbamos a hacer como Juan Bautista con Herodes, si ni tan siquiera la gente tolera SÓLO un consejo? El creernos que todo lo hacemos bien, y el no querer recibir indicaciones de nada para nada, hace muy complicado Convertirse.
- Por último, la gran mayoría de los cristianos, estamos en lo que San Ignacio llamaba el segundo binario (que significa, grupo de personas, y no se refiere a nada sobre LGTBI). La mayoría, en caso de que sepan que algo hacen mal, no ponen los medios para corregirlo. Si hemos de allanar las colinas, y tratar que lo escabroso de nuestro corazón se iguale, tendremos, digo yo, que hacer lo posible para que surta lo conveniente. La que critique, que se deje de juntar con quien más lo hace, el que blasfema cuando bebe, que no beba, quizás así habla mejor, y así sucesivamente.
- Sin embargo, la mejor manera es poner a los pies del Señor el alma y el corazón, para que sea Él mismo quien prepare su venida. ¿Jesús, qué quieres que cambie en mi vida? Como decía San Agustín, te digo: «Dame lo que me pides, y pídeme lo que quieras». Si Jesús quiere, solamente se trata de dejarme hacer, y Él logrará la transformación necesaria, para que la Conversión de este Adviento permanezca siempre. ¿Qué tienes que cambiar en tu vida, en tus actitudes, palabras, pensamientos? Dedica algún tiempo a pensarlo, y el Señor, que viene de lo alto, hará el resto. ¡FELIZ SEMANA!