Amanecíamos consternados el pasado viernes por la triple noticia de tres miembros de las fuerzas de seguridad del Estado, que se quitaban la vida, utilizando sus propias armas. Sería de otro momento analizar las causas de cada uno, y su relación con el alto número de estos profesionales, sin embargo, una cosa está clara, han perdido la Esperanza para vivir. Su misión en el cuerpo, en la familia o en su vida personal, carece de sentido.
Por otra parte, ayer, en la Parroquia de San Esteban, dos jóvenes de la Diócesis recibían el diaconado, con gran cantidad de amigos y sacerdotes acompañándoles. Es un día hermoso, inolvidable; pero mañana, cada día, como todos y cada uno de los miembros de la Iglesia, como todos y cada uno de vosotros, deberán levantarse con la Esperanza, y la ilusión, de ser fiel a lo que el Señor tiene pensado para esa jornada.
Muestra de ello nos da San José. El Evangelio de hoy nos explica cómo fueron cumpliéndose en su vida, los designios que él escuchaba en sueños. Acoger a María en su casa, quizás era algo esperable, pero marchar a Egipto con lo puesto, porque el rey quiere matar a tu hijo, es de lo más inverosímil. Con lo puesto, y un borrico. Me recordaba a tantos que marchasteis a Ibiza o a Formentera, hace sesenta años, sin saber ni dónde estaba en el mapa. La Sagrada Familia, marchó andando, es cierto, pero hay circunstancias de la vida que no es sencillo saber cuál es la voluntad de Dios. San José se llenaría de gozo, al ir palpando que se cumplía aquello que él había obedecido. Seguro que, no habría llegado a Egipto, y ya le llegaría la noticia de la aberración que Herodes había hecho con los Inocentes. Las noticias corrían rápido, como ocurre en nuestros pueblos.
Cómo se llenaría su corazón al oír cantar a los ángeles y llegar a los pastores, y acompañar al divino niño en su infancia y juventud, con la sencillez de su trabajo en el taller. Muchas veces la misión de cada uno es sencilla. No hace falta esperar nada extraordinario, aunque sí estar dispuesto si el Señor nos lo pide. San José nos puede ayudar a vivir con entusiasmo la monotonía del día a día, sabiendo que Cristo cuenta con nosotros, aunque sólo, nada más y nada menos, sólo sea para amar a los que nos rodean y ser testigos del Amor de Dios en nuestro corazón. Creo que esta semana, prepararnos para la venida de Jesús, no sólo no aumentará la Esperanza, como la tendría San José en cada paso de los que fue dando, sino que nos ayudará a contagiarla, para que otros también esperen encontrar el por qué están aquí, por qué el Señor los ha llamado, por qué y cómo pueden ayudar a los suyos a ser felices. Y cuando hasta la naturaleza se alegra por la venida del Mesías (Cielos, destilad el rocío, nubes, derramad al Justo), no nos quedemos atrás en la espera, nosotros que tenemos la dicha, de saber que cada profecía será cumplida.
De igual manera que nos hemos preparado y estamos deseando la venida del Mesías, de Dios hecho niño, también nos podemos preparar para el encuentro de nuestra ida el último día de nuestra vida. De poder acercarnos a su presencia y decirle: MISIÓN CUMPLIDA, Jesús de mi corazón, mejor o peor, creo que he hecho lo que tenías pensado para mí. Algunos días muy bien, otros, seguro que has pensado: «¿En qué momento llamé Yo al sacerdocio a este hijo, con la cantidad de candidatos que había?» Por el noviciado donde estudié, pasaron, en los años que yo estuve, cincuenta, y sólo llegamos al sacerdocio cinco o seis. Igual pensaréis vosotros: «¿No había otro sacerdote para mandarnos a este catalán, que aún no entendemos qué hace aquí?» Creo que es parte del misterio de vivir, el cómo y el dónde. Pidamos para los diáconos, para los Guardia Civiles, para cada uno de los nuestros, la Esperanza suficiente para llenarnos de ilusión en aquello que Dios ha pensado que sea nuestra misión personal en la vida, y que esta Navidad que se acerca, estemos con el corazón lleno de recibir al mismo Jesús, que viene para afianzarnos en el «Hágase tu voluntad», con un sincero: «Aquí está la esclava del Señor», de cada uno. Que así sea.