Es una tarea que recuerdo desde la infancia, los monaguillos de la Parroquia de San Félix Africano, en Barcelona, donde me bauticé, hacían un precioso Belén, muy grande. Me impresionaba en gran manera. Después, año tras año, iba conociendo más y más belenes. Muchos años acompañé a mis padres en un concurso por muchas casas de Barcelona. En realidad, hasta en mi casa hacíamos varios belenes.
Después, siendo sacerdote, en las parroquias, cada uno hacía el suyo. Unos hermosos y majestuosos, otros grandes, extensos, con más serrín, aunque algunos prefieran tierra, otros arena de la playa. Quizás lo importante sea solucionar el lugar donde colocar los camellos de los Magos, cuando no se tiene el tiempo suficiente para hacer unas tiendas donde descansen, o incluso un campamento beduino en mitad de las dunas. Recuerdo que hasta, en alguna ocasión, debajo del Belén, coloqué un pequeño infierno con demonios que todavía conservo, inofensivos, pero recordatorio de la rabia contenida de Belcebú por el nacimiento de Cristo, principio del fin de su pretendido dominio.
Hoy, ¿quién no recuerda los belenes de su Colegio, de su infancia? Pero no quiero hablarte de eso, sino del Belén de la vida. He pensado muchas veces en intentar que mi vida, que la tuya, que la de todos los que me rodean, fuera como un Belén viviente. Que solamente estuviera como malo, Herodes; siendo, además, fácilmente detectable. Que los misterios de la infancia de Jesús, fueran vividos por nosotros con esa alegría que se respira al cantar los villancicos, cuando adoramos al Niño Dios.
“Os anuncio una gran alegría”, decía el Ángel a los pastores, y quizás no somos siempre anunciadores de alegría, cuando estamos rodeados de cosas hermosas, de situaciones que dan gozo. Sin ir más lejos, este año, ha llegado a mi pueblo de Santa María del Campo Rus, en unas circunstancias un tanto extrañas, por no decir sobrenaturales, un nacimiento de gran tamaño, que se ha colocado en la Ermita de la Virgen del Amparo. Oír el relato de cómo llegó hasta el pueblo llena el corazón. Es una gran alegría. Ese nacimiento ha hecho bien a quien lo ha regalado, hará bien a los que lo puedan contemplar, y a los que recen delante de él. ¿Por qué no explicamos más cosas semejantes? Creo que podría explicarles una gran alegría cada día. Mucho mejores que noticias que las tristezas de tantos que se apartan de Dios. Cuando les escribo estas letras, es lunes, en Misa, en un pueblo de unos cuatrocientos habitantes, éramos treinta y dos personas. Un número habitual, en día laborable. Creo que es una gran alegría. No es cierto que “nadie va ya a la iglesia”, y en las ciudades tampoco. Los frutos de tantas inspiraciones del Espíritu Santo se van viendo en muchas parroquias de nuestras ciudades. Seamos ángeles de los belenes de nuestras vidas.
En todos los belenes nos empeñamos en poner río, cuando en Belén, muy probablemente, no había ninguno. Además de ponerlo casi siempre con papel de aluminio, quizás lo menos parecido a un río, pero todos aceptamos que lo es, y nos alegramos poniendo patitos. Los ríos, llevan agua, y el agua es fuente de vida. A veces llenamos los belenes de cosas, de personas, conozco belenes que tienen más figuras que habitantes el pueblo donde están colocados. En muchos movimientos de la iglesia, se empeñan en llenar la vida de cosas, de reuniones, de encuentros, quizás olvidando que es mejor llenar las cosas de vida. Podemos hacer como el agua, llenando de sentido, de ilusión, de entusiasmo, la vida de quien nos rodea. Quizás mucho más interesante que poner patos muy grandes sobre el papel albal. Más grandes, en ocasiones, que ovejas y vacas. Cada uno le da importancia a lo que quiere, y tantas veces, la vida se estructura en una escala de valores. ¿Podemos plantearnos si en nuestro Belén hay patos más grandes que la vacas, y si en nuestra vida damos más importancia a las cosas urgentes, que a las que, en realidad, son imprescindibles? Porque sucede muchas veces que la urgencia nos impide disfrutar del Bien y de la Bondad de aquello que dura eternamente.
Los Reyes Magos, las figuras más difíciles de guardar. ¿Hemos escrito la carta ya? ¿Vamos a esperar a última hora? Melchor, Gaspar y Baltasar nos enseñan a dejarlo todo por encontrar al Rey de Reyes, nos enseñan, cada año, que vale la pena para ser feliz, olvidarse de uno para pensar en los demás. ¡Qué recuerdos más bonitos recibiendo a Sus Majestades en tantos lugares! ¡Qué sorpresa, uno de mis primeros años, con regalos escondidos por la casa parroquial y los locales! ¿Cómo olvidar esos detalles? ¿Has pensado en escribir una carta a los Reyes para alguien este año? ¿Has pedido que te traigan algún regalo espiritual, de esos que no se pueden comprar ni vender? Me refiero a la Alegría, al Perdón, a la Paz, no sé. ¿Qué necesitas? Pídeselo. Hoy es un buen momento, regálate ese tiempo.
La Virgen María es quizás, junto con el Niño, la figura más bonita. Aquí tenemos un San José precioso. El nacimiento en sí. El pesebre, ahora que lo pienso, el Pesebre es la marca del queso que ha llegado hasta Rusia. Desde Campo Rus. Que el año pasado, por el frío, parecía lo mismo. Y es que en la Misa del Gallo, los pastores, son los primeros que adoran al Niño, como sucedió en Belén. Una tradición hermosa que no podemos permitir que se pierda. Porque en Santa María todavía hay pastores, sí. De los que salen al campo, esquilan, ordeñan. ¡Qué oficio más hermoso el de Pastor, y qué parecido al Sacerdocio! ¡Y las ovejas! Bueno, de ovejas creo que hablaremos otro día, porque se nos acaba el tiempo, y hemos empezado hablando de la Virgen María. Si al hacer el Belén, al mirarlo, al pasar por delante de alguno, fuéramos capaces de detenernos y, aunque fuera balbuciendo, suplicar algo a la Madre de Dios… Casi que podríamos llevar una lista de frases para que no se nos quede nada por decir. La conversación con María, Reina de nuestras vidas, tan habitual en las personas mayores, puede despertar en Navidad para no terminar nunca, para que siempre nuestra vida sea un Belén, y nuestro sitio, un rincón, junto a José, para mirarla a Ella a los ojos, y si llora el Niño, por el motivo que sea, poder consolarlo con un beso, acurrucándolo, o pidiéndole perdón, por los pecados del mundo entero, por los míos, por las guerras, por los desprecios y los olvidos, y el que sepa, a pleno pulmón, o con instrumentos, cantarle villancicos, para que hoy, en el Belén de tu vida, el Niño Jesús sonría.