Próximamente, el día 26 de julio, con motivo del vigésimo aniversario de mi Ordenación Sacerdotal (que celebro el día 10 de julio), tengo un programa especial a las 21.00, que coincidirá con el último de MORAL DE CADA DíA. No quisiera dejar de compartir unas letras que he recibido, hablando de la Radio y del bien que hace a tantas personas. No aparecen los nombres por prudencia. Espero que les guste.

Sobre lo que experimenté en el descubrimiento del Dios vivo y eterno

Buenas tardes P. Antonio María, 

Creo que la mejor manera de empezar a contarle como fue lo que me ocurrió y lo que experimenté es ponerlo en contexto.

Esto ocurrió a partir de diciembre del 2018 y 2019. 

Nosotros vivimos en la provincia de —— (Canadá). Xxxxxx, mi marido, es profesor de francés en las escuelas católicas. Ese año nos mudamos a la provincia de ——- que está en el otro extremo de Canadá. Mi marido quería trabajar en las escuelas de allí. Así que nos mudamos, pero sin vender la casa de ——-. Llegamos a la ciudad de ——— en el verano y todo muy bien hasta que empezó el curso escolar para mi esposo… A partir de octubre o noviembre (no me acuerdo muy bien), xxxxxx entró en una crisis bastante fuerte. El sistema de trabajo en las escuelas de —–es totalmente diferente a lo que mi marido estaba acostumbrado en ——. Tuvo bastantes problemas con la rectora del colegio y también con los estudiantes de primaria que venían de familias bastante destrozadas. En fin, que resumiendo, esperó a que llegasen las vacaciones de Navidad para ver si se relajaba un poco… Yo lo notaba bastante mal y cuando llegaba a casa, enseguida se volvía a ir. Me decía que tenía que ir a la iglesia y estar ahí. Yo no entendía nada. Aunque siempre íbamos a misa los domingos, yo lo hacía para acompañarle e ir todos en familia, pero para mí era como una actividad más y ya.

Total, que la cosa se iba poniendo peor porque mi marido lo pasaba fatal cada vez que salía para el colegio y venía destrozado contándome las humillaciones que le hacía pasar sus rectora y luego las entrevistas con los padres de los niños que era casi imposible de mantener una comunicación con ellos. 

Llegó diciembre, y xxxxxx me dijo que se iba a un retiro y que necesitaba salir de la ciudad. Ahí ya fue cuando casi me derrumbo porque traté de convencerle que pasara las navidades en casa con nosotros. Al final se fue. No supe nada de él durante las navidades y regresó en enero. En febrero, unos días después de mi cumpleaños, volvió a irse y ya no supe nada de él hasta el mes de abril que empezó a escribirme y finalmente el día 1 de mayo me escribió para decirme que volviéramos a casa, a ——–.

Para mí, esos meses que yo pasé sola con los niños que, en ese tiempo tenían tres y cuatro años, fueron los más maravillosos y alegres que he tenido en mi vida, a pesar de todo el sufrimiento que tenía de no entender nada, ¿por qué mi esposo nos había abandonado de esa manera tan drástica?

Me vi en una situación de abandono total. La única persona que sabía lo que había ocurrido era mi suegra que vivía en ——-. A mis familiares de España jamás les conté nada porque estábamos todos enfadados los unos con los otros… bueno, un desastre. Gracias a Dios, ahora tengo mejor relación con ellos, pero tampoco para tirar cohetes… En diciembre empecé a frecuentar más la parroquia. Mi suegra me animaba a que orase por xxxxxxx pero para mí era como si me estuviera hablando en chino.

Aún así, empecé a ir a la parroquia. Me daba una pereza tremenda, pues no quería salir a ningún lado. Salía para lo justo, comprar, llevar a los niños al colegio, recogerlos y de vuelta a casa. Además, el invierno de ——- no ayudaba para nada. Allí las temperaturas bajan hasta los -40º. Salía del portal con el cochecito y tenía que andar con bastante cuidado porque todo estaba congelado. Y aunque limpian las calles… eso era  terrible.

Pues bien, aún así empecé a ir más a menudo a la Eucaristía. Después me acordé que xxxxxxx siempre escuchaba Radio María en francés. Así que empecé a escucharla a través del móvil. Yo empecé a notar que necesitaba ir a la Eucaristía todos los días. Todos los días dejaba a mi hija en la parada del autobús escolar y de ahí caminaba hasta la parroquia con mi hijo en el cochecito y conectada a Radio María España. Solía caminar todos los días treinta minutos hasta la iglesia a -40, -30º. Había días que llegaba a coger el autobús, que me ahorraba unos quince minutos de caminata, pero a veces no llegaba a cogerlo, dependiendo si había o no retrasos en el autobús escolar de la niña.

Empecé a tener una relación con los feligreses de la parroquia y con la mujer del diácono que llevaba grupos de oración y también daba un día a la semana estudio de Biblia.

Así, empecé a tomarle gusto al asunto de ir a Misa y por el camino iba escuchando el compendio del Catecismo que en aquel tiempo era el P. Raúl Muelas. No sé cómo, pero yo no podía perderme ni un episodio del compendio. Escuchaba cosas que jamás había oído en mi vida y me encantaba. Era algo tan nuevo y que lo sentía tan verdadero lo que decían por la radio, que no podía perderme ni un minuto del programa. Es más, yo tenía dos teléfonos, así que si llegaba a la parroquia y el programa no había terminado, dejaba el cochecito en el «hall» con el teléfono viejo grabando el programa del compendio mientras que estaba en Misa. Y al salir de Misa, escuchaba la parte que me había perdido.

Y así iba escuchando más programas. El Catecismo explicado por monseñor Munilla era y es otro de mis preferidos y luego empecé a escuchar el suyo.

No puedo poner una fecha exacta de cuando empecé a experimentar este gusto de ir a la Misa y escuchar los programas. Es decir, sé que fue a partir de diciembre, cuando pasé las navidades completamente sola con los niños. Era algo que estaba pasando poco a poco y que se iba haciendo más intenso. Era como que mi corazón, mi alma, se estaba empapando poco a poco de todas las cosas de Dios.

A partir de febrero, empecé a ir a la adoración perpetua en otra parroquia, no muy lejos de la que solía ir a Misa. Tampoco sabía lo que era eso, la Adoración Perpetua, pero me invitaron a ir y ahí empecé a estar enfrente del Señor. Y también empecé a aprender a orar el Rosario a través de Radio María. Los primeros días que iba a la adoración me parecía muy aburrido estar delante, creo que todavía no tenía conciencia de que ahí estaba el Señor presente (al igual que cuando iba a Misa, no sabía que en la Hostia estaba el Señor pero yo me sentía muy bien estando allí y escuchando las lecturas del día). Lo que yo notaba y que ocurría es que cada vez que llegaba el momento de la Consagración en la Eucaristía, me echaba a llorar. No lo podía evitar. Era una mezcla entre alegría y tristeza. Y en la Adoración Perpetua llegó un momento que me pasaba lo mismo. Al principio, cuando iba y me aburría dejaba de ir un par de días pero eso me duró sólo unos días porque enseguida me «enganché» con la Adoración y no podía dejar de ir ni un solo día. Lo que empecé a experimentar en la Adoración era la presencia de la Virgen. Dentro de la capilla de Adoración había una estatua tamaño natural de María. Pues las veces que me sentaba en la capilla y empezaba a meditar los misterios del Rosario con la radio, yo sentía que María estaba a mi lado. Y esto no sé cómo explicarlo. Era como si me estuviera diciendo, pero sin oír nada, que ella estaba ahí conmigo acompañándome en cada segundo. Y cada vez que salía de la Adoración, era como si me hubieran dado un «chute» de alegría tremenda y a todo esto sin saber noticas de xxxxxxx, ni de dónde estaba ni nada de nada.

He leído en su blog, que los ejercicios espirituales del 2019 que impartió en Radio María fueron los más fructíferos. Cuando lo leí, se me pusieron los pelos de punta porque para mí también fueron los primeros que hacía en mi vida y los más profundos. Era como si los viviera intensamente en mi corazón. Además que los pude seguir tranquilamente con paz mientras que los niños dormían. 

Jamás he orado tanto, sin parar, como en el 2019. Llegaba a casa con los niños y me ponía a orar. Compré una estatua de María, San José y el Niño y un Crucifijo y monté en casa como una esquina para hacer oración. Los días que no podíamos ir a Misa, porque había fuertes ventiscas me quedaba en casa orando. Me levantaba hasta por la noche a orar y yo notaba que lo hacía sin ningún esfuerzo. A mi marido le mandábamos por el WhatsApp mensajes de voz con los niños, orando el Padrenuestro, aunque él nunca contestaba, todos los días, por la noche, nos despedíamos de él.

No me acuerdo en qué momento fue cuando me confesé (hasta ese momento sólo me había confesado, que yo me acuerde, dos veces: la primera, antes de hacer la Primera Comunión y la segunda, antes de casarme), pero me acuerdo que fue uno de los días que yo iba a ir a la capilla de Adoración. La parroquia, que se llama Corpus Christi, era enorme y a la entrada, a mano derecha, hay un Cristo gigante, en la cruz. De todas las veces que iba a esa parroquia jamás me había fijado en Él. Pasaba siempre de largo y me iba directamente a la capilla. Pues ese día, no sé por qué, me paré delante del gigante crucifijo y miré hacia arriba. Fue ver la cara de Cristo y me eché a llorar de ver con la dulzura con la que me miraba y ahí fue cuando entendí que Él me había dado la vida y que estaba dando su vida todos los días por mí. Me vinieron a la cabeza locuras de la juventud, cuando tenía diecisiete años. Fue como si de repente un montón de cosas de mi pasado me vinieran a la cabeza, pero la que más me pesaba era la de los diecisiete, nada de lo que pueda olvidarme. Hasta ese momento, era como si yo hubiera estado bajo amnesia total y de repente Él me pusiera todo mi pasado a la vista. Al día siguiente, me fui a confesar. Ese día recuerdo que el F. Michael me preguntó que si conocía la oración del Rosario. Así que, como penitencia, me dijo que orase y meditase bien el Rosario. Me animó y me dijo que hoy era un día de fiesta y que me tenía que alegrar. Yo, la verdad, estaba alegre pero no paré de llorar en toda la confesión. Me estuve confesando toda la semana y ya con más calma. Y así iba, todas las semanas, me confesaba, vamos hasta día de hoy, me suelo confesar todas las semanas. 

Para mí, la Semana Santa de ese año fue tan especial que la tengo grabada a fuego en mi corazón, en el alma. Es que fue todo, desde el día que se hace la renovación bautismal que yo sentía que ese mismo día, cuando el sacerdote iba asperjando con ramas de palma a todos, que la gota que me cayó en la frente (y eso que estaba bien lejos del sacerdote) la sentí como si volviera a nacer de nuevo. Entendí que en la Hostia está el Señor vivo y presente. Encima, como escuchaba los programas del catecismo, me acuerdo que M. Munilla estaba explicando en esos días el sentido de la eucaristía. Para mí. esas explicaciones fueron como si entendiera todo de un plumazo. 

Me acuerdo que en la celebración de la Última Cena, el P. Michael cuando levantó al Señor, ahí en una Hostia enorme, me quedé con la mirada fija mientras que mantenía los brazos arriba con el Señor. Pues, en ese momento vi al Señor dibujado, de forma transparente su silueta pero la vi, o me pareció verla bien clara. Me acuerdo que había muchos focos de luz iluminando todo el templo e incluso me restregué los ojos y aparte la vista. Y después de restregarme los ojos y volver de nuevo la vista a la Hostia, la figura del Señor seguía ahí. Que duró el tiempo que P. Michael estuvo con los brazos arriba. Esto se lo cuento como algo que pude ver con mis propios ojos, pero que pudo ser producto de mi imaginación o psicología, no lo sé. Y, como ahora estamos leyendo a San Juan de la Cruz (se refiere a las clases que tenemos on line, donde está matriculada), hay que tener mucha precaución con estas cosas, que yo se lo cuento  pero sin ningún ánimo de agarrarme a ello. A lo que me agarro es a la Fe de la Iglesia, a su doctrina y las Santas Escrituras. Quise vivir ese momento con humildad y discreción. De hecho, esto se lo conté solamente a xxxxxx y ahora a usted. 

Desde entonces, no he parado de querer conocer más y más. Realmente es que me quedé completamente del Señor que hasta hubo un momento que el hecho de no saber nada de xxxxxxxx, tampoco me inquietaba. Sí me preocupaba, pero yo estaba realmente feliz de haber conocido a Jesús vivo.

No sabía si íbamos a volver juntos como familia, si se iba a separar de mí. Me abandoné totalmente al Señor. Nunca había orado por nadie y era como si cada vez que oraba el Rosario, además de orar por xxxxxxxx, oraba por todo el mundo, por toda la gente que me encontraba, por los vagabundos, por los presos, prostitutas, por los niños, los enfermos etc. Hacía una lista con los nombres de los feligreses que conocía, los nombres de los sacerdotes de la parroquia y los de Radio María, y así iba orando. Sacaba la lista y los nombraba. Perdí diez kg. pero, la verdad, que ni me di cuenta de lo delgada que me había quedado… Comía pero no mucho, sólo preparaba comida para los niños y ya porque a mí no me entraba…

El Vía Crucis del Papa lo viví, pero como algo que me llenaba de amor por completo. Fue un momento también muy especial.

Y el milagro fue cuando el primer día de mayo, xxxxxxx me comunicó que volveríamos juntos a casa. Ese mes me acuerdo que le estuve llevando flores a la Virgen todos los días. Que luego, después de escucharle a usted, en programas anteriores, no hace mucho… me entró la risa, porque usted recordó que está muy bien llevar flores a la iglesia pero que luego hay que acordarse también de retirarlas… Bueno, pues yo no reparé en ese detalle…

Otra cosa que entendí que el Señor me llamaba es a formar parte de una comunidad cristiana. No conocía ningún movimiento pastoral ni nada. Para mí era todo nuevo. Pero cuando regresé a — me acordé de una amiga mía, que me hablaba, años atrás, de su comunidad; pero claro, yo en aquellos tiempos no le prestaba mucha atención. En cuanto volví a casa contacté con ella y le dije que quería entrar en una comunidad y así fue cuando empecé a asistir a las catequesis del Camino.

Pues esto es lo que le puedo contar, cómo fue mi experiencia y regreso a la Iglesia. Desde entonces, no he parado de seguir aprendiendo más y más. Me encanta la doctrina De la Iglesia, las Sagradas Escrituras. En fin, que estoy completamente enamorada del Señor y así intento transmitirlo a mis hijos y a mi familia y al mundo entero… pero esto es algo que me desborda tanto que uno no se lo puede callar.

He intentado ser breve, espero que no le haya parecido muy largo. No sé si me he explicado bien porque he ido escribiendo según me venían los recuerdos. 

Bueno, así queda y así se lo mando. Me ha gustado mucho compartir esto con usted.

Un abrazo fuerte, siempre orando por usted. La paz.

(No hace falta decir que le he pedido permiso para compartirlo con todos. Dios hace lo que quiere a quien quiere, solamente necesita que le digamos: SÍ).

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