Es la frase que nos toca hoy del Magníficat. No sé si alguna vez os habéis imaginado la mirada de Dios. Cuando era pequeño, y estudiaba el Catecismo decíamos: «Dios lo ve todo: lo pasado, lo presente, lo futuro, y hasta los más ocultos pensamientos». Pero aquí no estamos hablando de ver, sino de mirar; el que mira se fija, el que mira comprende, el que mira trasciende, casi que puede ver el interior, la mirada de un padre después de que su esposa ha dado a luz a su primer hijo, la mirada a los primeros pasos y no se sabe si ha dado un paso o ha dicho «papá» antes, la mirada de una madre, en el hospital, a su hijo enfermo, que no pierde detalle, si se queja, si tiene calor, si necesita algo, ¿qué te duele? La mirada de una madre, con una hija adolescente, que se la lleva a comer y están las dos solas, en ese momento, para estar con mamá; que no se acuerda de que ayer llegó muy tarde, de que esta noche le va a pedir dinero otra vez, sólo piensa que está comiendo con ella, que le cuenta cosas, le explica historias y le habla de sus amigos, del chico que le gusta. ¿Cómo miran esos padres? Y si esos padres miran así, ¿cómo mira Dios? sabiendo que nos ha creado Él, nos tiene el Cielo preparado, sabe todo lo que nos pasa; muchas veces, como un padre en la vida, nos tiene que reprender de alguna manera y pasa algo que no te esperas; y ¿cómo miraría Dios a la Virgen Santísima? A la que era a la vez su hija, su esposa, e iba a ser su MADRE, o lo estaba siendo ya. Con esa mirada, dice la Virgen que mira su humildad.
¿Qué es la humildad? La humildad quizás es muy difícil de definir, pero es muy fácil de ver. Cuando San Pedro no se opone a tirar la red, cuando lleva toda la noche pescando. Un pescador de Galilea que se sabía el lago de memoria, pero no la geografía de los pueblecitos, no. Las profundidades de cada punto del lago. Porque era su vida, como conocéis aquí los campos, de quién son, cuál es el rulo del tractor aquél que se ve, y tú no ves tractor, pero la persona que está a tu lado, te dice que lleva un rulo nuevo, eso me ha pasado a mí. Sabe de quién es y por qué está en el campo de otro. Pues eso vivían ellos con el mar, con las barcas. «Pero en tu nombre echaré la red». Y humildad es lo que nos dice el Señor que no tenían todos esos sabios con astucia, en la Primera Lectura. Por eso me gusta leer aquí en los entierros: «Te doy gracias, Padre, Señor de Cielo y tierra porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla». Mirad, yo he estudiado mucho; por dos motivos, porque he estado diecisiete años de carrera universitaria y porque tengo la cabeza grande pero no soy muy inteligente y entonces, necesitaba muchas horas, y todo eso no vale nada si no está el corazón lleno de Dios, como he visto en muchas personas de este pueblo. De todas las edades, y en eso está la humildad, en que os ha revelado Dios cosas, como gente sencilla, que no sabemos por mucho que estudiemos. Y entonces, cuando uno aprende eso, claro, está feliz en el pueblo. Me dicen muchas veces: «¿Pero a usted le gusta estar aquí? Bueno, cuando veo cómo mira Dios vuestra humildad, si no estuviera feliz, sería tonto.
Pues entonces, ¿cómo miraría la humildad de la Virgen? Que lo único que hace es engrandecer la obra de Dios, porque sabe que nosotros somos eso, humus, basura. Lo que cada labrador echa en su campo, para que dé fruto. Y cuando uno se da cuenta de que no vale nada y de que el Señor hace que dé fruto, entonces es más feliz. Y cuando uno se da cuenta que puede más con todos que solo, que se hace más a dos viajes de remolque en la cosecha, que con el tuyo solo, pues se hace más grande. Y si se piensa que no necesita de nadie, pues se hace pequeño. Le ha faltado humildad. Por eso es tan bonito cuando sacamos a la Virgen y la levantamos o la bailamos todos a la vez, porque uno solo no puede. Por eso es tan bonito cuando gritan «¡fuego, fuego!» y en veinte segundos hay treinta personas alrededor del fuego, apagando el fuego con todo lo que se ha encontrado. Y se apaga o no se apaga, pero la sensación de lo que ves desde fuera es muy grande. Y entonces te dicen: «Uy, aquí siempre ha sido así, han tocado las campanas y hemos apagado el fuego». ¿Y no podríamos ser así aunque no hubiera fuego? Quiero decir: ¿hace falta el fuego para ser humilde? A lo mejor, no.
Y de su esclava. Y aquí nombra lo que le dice al Ángel. «Aquí está la esclava del Señor». Sabe lo que dice. Estamos hablando de un tiempo en que había esclavitud, San Pablo le habla a los esclavos. Ahora parece que los esclavos es una cosa del siglo no sé cuál. Pero que no hace tanto que ha habido. Y en aquellos tiempos era común. Y hay cartas de la Biblia que están dedicadas a explicar a los esclavos cómo se han de comportar. Y Ella, que sabe que un esclavo ni pincha ni corta, ni puede opinar, ni va ni viene lo que dice, se llama esclava, y le dice al Señor que aquí está su esclava para lo que necesite, y le está pidiendo ser Su Madre. Y después añade, con el Ángel: «Hágase en mí, según tu palabra». Si hoy le dijéramos a la Virgen sólo eso, si le dijéramos al Señor «hágase en mí», como decimos en el Padrenuestro, pero de verdad, no voy a decir como «esclavos indignos» que decía San Ignacio sino, simplemente, «hágase», una palabra, sólo eso, ser capaces de entender la voluntad de Dios en nuestra vida como un «hágase», entonces claro que sonreiría Jesús cuando os mirara, o su bendita Madre, entonces claro que diría: «Porque ha mirado la humildad de Santa María», porque para ser humilde, sólo hace falta decir «hágase».