Acaba la Misa y entra una señora a la sacristía. Sólo dice: «Con una mujer así, también hago yo un sermón». Sirva de introducción para decir que el entierro de hoy era sencillo.

  Querida gran familia y queridos todos. Quizás sobra decir que lo primero que debemos hacer es dar gracias a Dios porque no todo el mundo vive con madre y abuela hasta los noventa y cinco años que cumplía hoy. Además, de lo que la habéis cuidado y querido, hoy podréis decir en el Cementerio, «descanse en paz»; pero os podéis quedar también vosotros en paz, porque no le ha faltado nada. Ni siquiera los Sacramentos, la Unción, y tantas y tantas comuniones.

  Cuando se tiene una Fe tan fuerte y tan firme como la de vuestra madre, se vive con el consuelo de encontrarse con Jesús cara a cara, de una manera permanente. Lo que ocurre es que no sólo van a vivir ese momento los que creen en Él, sino también los que no creen. Hace pocos días me decía un señor que no tenía Fe ninguna, y le contesté que se fuera preparando algo para el momento definitivo, porque estas cosas no las viven solamente los que creen en ellas. Son para todos. Interesante tenerlo en cuenta, para ir viendo cómo vamos viviendo, nuestra relación con Dios.

  Sobre lo que me contabais en el tanatorio, sólo deciros que recordaba cosas de mi abuela. Eso de estar siempre, permanentemente rezando, me hizo pensar en ella, aunque cuando murió yo era un niño, pero tenía un libro como nuestro devocionario parroquial, y estaban todas las páginas con las marcas de sus dedos, de tanto usarlo, porque lo rezaba todo.

  Tampoco es nada para olvidar, que fuera repitiendo como sus últimas palabras: Ampáranos, ahora y en la hora de nuestra muerte; ampáranos, ahora y en la hora de nuestra muerte. ¿Qué mejor se puede ir repitiendo para morir bien? Es verdad que hay que confesar y comulgar, pero cuando ya no puedes ni hacer pecados, ni salir, es lo mejor que podemos hacer: «Dios mío, te Amo, perdóname». Y una hija de Santa María, qué mejor que decir: «Ampáranos».

  Sé que no suele decirse en este mundo, pero también sé que se habla poco del Cielo y por eso nos aferramos tanto a esta vida, pero hoy es un día para daros la enhorabuena. Espero que, paso a paso, vayamos haciendo germinar la esperanza de que hoy ha nacido para el Cielo, como nació en la tierra un 9 de febrero, y que el abrazo que le dé papá al llegar, se también un sueño hecho realidad para cada uno, cuando nos llegue la hora; y allí nos puedan ir enseñando, los que han llegado antes, cómo se canta, dónde está la Virgen del Amparo, los santos, los ángeles…

   Sólo me queda añadir algo que siempre digo cuando sucede. Quizás no ha coincidido que lo hayáis oído. Cuando se mueren los dos padres, el motivo para juntarse, ha terminado, se ha esfumado. No dejéis que ni la Fe, ni la oración, ni las ganas de estar juntos se vayan de vuestra vida, como se pierde el agua entre las manos si no tenemos recipiente. Todos tenemos la vida llena, quizás hay que hacer hueco, a partir de ahora, para que nos quepa rezar y juntarnos con los demás.

  Termino con las letras, desde México, de la nieta que no ha podido acompañarnos: Frente al mar le escribí esto a la abuela: En el mar profundo y azul están tus ojos. Al cantar, mientras trabajo, escucho tu voz, siento tus manos, en la tierra fértil. Y en cada semilla percibo el latir de tu corazón valiente.

  Consuelo… siempre alegre y con una historia que contar, con manos que dan vida y cobijo, honesta, sencilla y feliz. Me llena de dicha saber de dónde vengo, que en mi sangre corre tu canción. Que en mi alegría se refleja tu sonrisa y que mi pasión por la vida tiene tu raíz. Gracias por darme vida, alegría y una maravillosa abuela.

   Te Amo. Ana.

    Quienes somos se remonta a nuestras raíces
Hoy honro a una gran mujer que con orgullo llevo en la sangre.
    Que con dulzura suena en mi canto
Su fuerza se manifiesta en mi pasión por la vida y su alegría en mi sonrisa.
    Sus historias seguirán sonando en mi voz y su mirada permanecerá en el campo.
Hoy despido tu vida con tristeza, pero con un gozo profundo de haber sentido tu cariño, vestido tu tejido y escuchado tu voz.
     Tu alegre risa y dulce mirada viven en mi
     Gracias por ser parte de quien soy, gracias por ser mi raíz.
      Buen camino abuela. Te amo.

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