Cuando terminan las fiestas, en muchos pueblos, se celebra una Misa por los fieles difuntos. Acude mucha gente, y da gozo contemplar el recuerdo por los seres queridos, así como la asistencia al Santo Sacrificio de la Misa, todos juntos. Es cierto que donde hay dos o tres reunidos en su nombre, Jesús está entre ellos. Sin embargo, hoy propongo algo diferente. En clase de Escatología, en el Seminario, nuestro profesor, propuso que nos imagináramos nuestro entierro.
Pensar en la muerte se hace sencillo cuando es la muerte de otro. ¿Te atreves a pensar en la tuya? ¿Cuántas personas acuden y por qué acuden? ¿Acuden por compromiso, para que tus familiares los vean, solamente? ¿Qué te gustaría que cantáramos? Muchas veces no reflexionamos sobre las letras y, en realidad, es bien hermoso que estemos cantando tantas veces eso de me has mirado a los ojos, sonriendo has dicho mi nombre. Es un problema, más que hablar de estos temas, el hecho de que los aparquemos, como si no fuera con nosotros.
Es cierto que la profundidad que hace falta para reflexionar sobre algo, cada vez la tiene menos gente. Falta la educación necesaria para atender al profesor, quizás falta también afán de saber, de discernir e incluso de aprender cualquier cosa. No es necesario que se trate de algo espiritual, sino que, incluso en la escuela, los profesores se las ven y se las desean para que algún niño aprenda alguna cosa, o tan solo para que respeten el turno de hablar. Sabiendo eso me atrevo a intentar un ejercicio más difícil todavía contigo, querido lector, como hice en las parroquias este año. No quiero que pienses en tu entierro, sino en tu encuentro personal con Jesús en el momento de la muerte.
Me gustaría que te imaginases, ojos cerrados, la conversación determinante de tu vida, la última, o quizás, según lo mires, la primera. ¿Sobre qué temas te preguntará el Señor? Al final de la jornada nos examinarán en el amor. Si Jesús te dice ¿me amas? como a San Pedro, ¿qué puedes contestarle? ¿O qué le contestarás? Si te pregunta si has amado a los demás, pero de verdad, hasta darte, hasta COMPROMETERTE, ¿estás en condiciones de responder? Amamos a los otros, si no nos implica mucho, si no nos supone ningún trastorno, si no nos piden nada. Siempre me ha impresionado el caso de una persona que se ofreció para ayudar en una casa en la que habían perdido padre y madre, cinco hermanos intentaban sobrevivir al shock que puede suponer eso… La hermana mayor le agradeció que se ofreciera. Le sacó una plancha y un montón de ropa para que les ayudara, la mujer se quedó parada, miró alrededor, y sólo dijo: «Bueno, es que planchar no puedo, me duele la espalda». Se dio media vuelta y nunca volvió. No me cabe en la cabeza, no entiendo cómo alguien puede actuar así. Me pregunto, si Jesús me cuestiona mi actitud en la ayuda a los demás, ¿qué le diré ese día definitivo del Juicio?
A lo largo de la vida puede ocurrir que nos creamos buenos, que pensemos que Dios está feliz con nosotros, pero solamente un dios que nos hemos creado nosotros, un dios que no me exige más de lo que yo quiero dar, más de lo que cabe en mis planes y estructuras. Te invito desde estas letras a preguntarle, sinceramente, sin esperar a la conversación definitiva, si realmente, quieres que se cumpla su voluntad en la tierra, en tu tierra, en tu vida, como en el Cielo, o si, en realidad, lo que quieres es que se haga tu voluntad en el Cielo como en la tierra. Si quieres que Dios se adapte a tus planes, en lugar de tú a los planes de Dios. No esperes a tu entierro, piensa qué puedes cambiar hoy. Quizás no dejar la Misa del domingo por nada. ¿O le dirás a Jesús que por un domingo no pasa nada. Quizás implicarte más con quien te necesita, aquello de amar al prójimo, pero de verdad, no sólo un rato. Quizás juzgar menos, o nada, a los demás. Quizás no hablar mal de nadie, quizás, ¿sólo quizás? Ahí lo dejo. No esperes tanto. Del entierro no hay ensayo. Sólo se vive una vez.
Interesante reflexión
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