Con motivo de la Pascua, el sacerdote Patxi Bronchalo, uno de mis compañeros de Red de Redes, me regaló un libro titulado: La Paternidad Espiritual del Sacerdote, de Jaques Philippe. Me ha encantado porque hasta ahora los libros que había leído de este sacerdote francés, los veía demasiado básicos, como elementales, y éste me ha encantado. Además del contenido entrañable y lo que aprendo, me ha hecho recordar a mi padre, y lo que recibí de él, justo un año después de su muerte.

            Es cierto que sin el referente de “padre”, es complicado o puede ser difícil referirse a Dios como “papaíto”, “Abba”; y, en mi caso, ha sido algo fácil y cercano. Debo agradecer muchas cosas a Dios, pero una de ellas es el regalo de mis padres, no sólo por todos los años que los he podido disfrutar, y su ayuda; además de todo lo que me enseñaron, sino también su intercesión en mi vida sacerdotal, sus consejos y su ejemplo. Me nace del corazón decir muchas cosas pero, especialmente quiero referirme a los años pasados en verano, junto a ellos en el Valle de Arán.

            Siempre nos decía que no todos los niños podían ir de vacaciones, aunque también es cierto que no tuvimos nunca, en mi caso, una casa en propiedad. Es decir, que en la escala de valores de su vida, puso antes las vacaciones en familia, que tener una casa o cambiarse el coche. El Renault 9 GTL, era famoso en la empresa donde trabajaba, porque algunos pensaban que había entrado en el garaje un trabajador de otro sitio. Anécdotas que nos hacían reír pero también nos enseñaban a valorar la familia y la pobreza. Todo aquello superfluo, que no es necesario, y ni siquiera conveniente, “te lo podías pintar al óleo”. Recuerdo que siempre me gustó el fútbol y quería tener el calendario de Liga, en un formato que debía costar menos de veinticinco pesetas. Pues hasta que no le gané una apuesta con mi madre, no me lo compró. La verdad es que ella fue más hábil y apostó que si ganaba ella, conmigo, se cambiaba la lavadora. No les cuento lo que apostamos, porque ahora no tiene gracia, pero en aquellos momentos, fue algo sonado.

            Bien, pues como les decía, unos años íbamos dos semanas, otros años tres, o un poco menos. No supe nunca de qué dependía. A veces del trabajo, otras, supongo que de los ahorros que tuviéramos. En los últimos meses, (el 27 de mayo hará un año de su muerte) recuerdo muchas frases que repetía constantemente. Una de ellas era: “Me alegro que os acordéis, si las recordáis cuando seáis mayores y tengáis hijos, ya están bien dichas”. Otra que “la humildad hay que predicarla a las personas, a las familias y a las instituciones”. También aquella de “el conocimiento de la propia limitación es un don de Dios”. Ves el reflejo de estas palabras y de tantas que decía una y otra vez en el día a día. Con motivo de la Procesión de la Virgen de Fátima, le gustaba repetir una frase que le dijo Abelardo de Armas, aquél laico tan entregado que predicaba en las Vigilias de la Inmaculada de Madrid: “La Virgen va sola”. Repetía esto porque por más dificultades que aparecieses, daba lo mismo para Ella, siempre culminaba aquello que se organizaba en su honor. Y así puede irse viendo una y otra vez. Desde la Procesión de la Virgen del Amparo en plena pandemia, hasta cualquier detalle que se precie en la vida espiritual. Algo que nunca has logrado, lo entregas a la Virgen María, y en breve, objetivo conseguido.

     No sería justo hablar de la paternidad espiritual sin nombrar a Don Ignacio Pérez de Heredia, el profesor de Derecho Canónico en el Seminario Mater Dei de Castellón, y mil cosas más, que era aún entonces, con ya sus setenta y cinco años cumplidos. Venía todos los jueves y daba clase toda la mañana. El jueves pasó a ser el mejor día de la semana. Después, en el recién fundado Instituto de Estudios Canónicos de Valencia, dependiente de la Universidad Lateranense de Roma, tuve la suerte de escucharlo en numerosas asignaturas, tenerlo como presidente del Tribunal en el examen “De Universo”, y como guía en el trabajo de final de carrera.

       Recuerdo también muchas frases suyas, la celebración de sus Bodas de Oro, donde pude ser acólito, las llamadas telefónicas con dudas, la alegría que tuvo cuando conoció a mis padres, al terminar una procesión del Corpus en Castellón; D. Ignacio, como le llamábamos pasó a ser una parte importante en mi vida. Hace pocas semanas concelebré con él en la Concatedral de Castellón, donde tantas veces había acolitado en los tiempos de Don Juan Antonio. Fueron unos años entrañables, de los que conservo amistades, ejemplos y momentos especiales por los que doy gracias a Dios muy a menudo.

      Celebrándose este año el centenario de la Coronación de la Virgen del Lledó, la Diócesis se ha volcado en festejos en su honor, además de poder recibir el Jubileo con su indulgencia plenaria, durante estos meses, visitando la Basílica. Ha estado en todas las Parroquias, la ciudad lo ha recibido como se merece la Reina del Cielo, la “nostra mare”, como les gusta decir.

       Y es que la paternidad de Dios, la de mis padres, la de los sacerdotes y obispos que han sido referentes y ejemplo en mi vida, me ha llevado siempre a la Virgen Santísima. Allá en Lourdes, donde conocí a Don Juan Antonio, en el techo de la Basílica del Rosario, se lee el magnífico mosaico de “A Jesús por María”. También podríamos decir hoy, “A María a través del Padre”. Los últimos tiempos definirán el límite entre los devotos hijos de María y los que no la tengan como Madre. Ella, abogada nuestra, medianera de todas las gracias, nos ayude a poder sentir siempre, el Amor de hijos, y poderlo transmitir a los demás.

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