Está terminando ya el tiempo de Navidad y volveremos a retomar el tema de los mandamientos de la Ley de Dios. Ahora nos tocaría el sexto, pero antes de entrar de lleno en estos mandamientos quiero abordar un tema complejo, muy importante y que nos puede hacer mucho bien si lo aprendemos correctamente. Es el tema de los escrúpulos que trataremos con la ayuda del libro de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola y el libro Ignacianas del Padre Ángel Ayala S.I.
Tenemos que saber que existen dos tipos de conciencia, la conciencia laxa y la conciencia escrupulosa. La primera sería propia de aquellos que no ven pecado en nada. El consejo de San Ignacio para estas almas es que sean más diligentes en su examen de conciencia pidiendo luz a Dios para ver aquellas faltas que le desagradan.
En cambio, la conciencia escrupulosa es aquella que ve pecado donde no lo hay. Es cierto que este estado del alma lo puede permitir Dios para purificarnos o para hacernos más delicados en el trato con Él, pero también es cierto que hay que ir con mucho cuidado y ponerle remedio ya que puede llegar a ser enfermizo y no ayudarnos para nada en nuestro camino a la santidad. El alma escrupulosa vive en un continuo desasosiego ya que cree que si hace una cosa es pecado y si deja de hacerla también, por lo tanto se siente perdida y piensa que no hay remedio para ella. Hay escrúpulos pasajeros, que serían aquellos que Dios permite para nuestra purificación, y escrúpulos continuados, estos son los más graves y los que hay que combatir puesto que estas almas terminan viendo a Dios como un tirano y desconfían de su misericordia.
Tenemos que saber que el demonio nos conoce bien y nos ataca por donde más flaqueamos. Es decir, a las almas escrupulosas las perturba con más desasosiego, mientras a las almas laxas les hacer creer que realmente todo vale y nada es pecado. Es muy necesario hacer el examen de conciencia para conocernos y ver por dónde nos ataca más el enemigo para no caer en la tentación.
Una gran ayuda para conocernos y combatir, además del examen de conciencia, es pedir consejo a algún sacerdote que sepa sobre el tema. A la hora de pedir consejo debemos estar dispuesto a seguir las indicaciones que nos den, porque estos problemas no se solucionan simplemente hablando, tendremos que confiar y hacer lo que nos digan. La persona que nos va a ayudar a vencer los escrúpulos tiene que estar muy segura de sí misma y demostrarlo así al alma perturbada, dando respuestas claras y concisas sin dejar lugar a la ambigüedad. A esto es a lo que llamamos tener director espiritual, o como se dice ahora acompañamiento espiritual. El director espiritual es aquel que nos acompaña en nuestro camino hacia Dios, es aquel al cual le podemos pedir consejo ante las dificultades o en las diferentes decisiones que hay que tomar en la vida. Para ir al cielo no es obligatorio tener director espiritual, pero sí que puede ser una gran ayuda. Hay que elegir bien al director, incluso podemos hacer como hizo Santa Margarita Mª de Alacoque que se lo pidió al Señor y Él le mandó a San Claudio de la Colombiére. Un buen propósito para este año sería buscar un director espiritual o, si ya lo tengo, examinarnos en cómo llevamos esa dirección espiritual.
Otro punto muy importante es ver la diferencia entre el sentimiento y el consentimiento, no es difícil de distinguir pero hay que saberlo. No es lo mismo ver que mirar, no es lo mismo oír que escuchar ¿verdad? Pues tampoco es lo mismo sentir que consentir. Para ver, oír o sentir no hacemos ningún esfuerzo, mientras que para mirar, escuchar o consentir ya debemos hacer el esfuerzo de poner la atención en aquello que tenemos delante. No es lo mismo que la naturaleza sienta o que la voluntad consienta, del sentir nunca hay pecado. Se siente sólo y no se consiente cuando no hay conocimiento, no ha habido intención de hacerlo. También cuando, aunque haya conocimiento pero no voluntad, como sería el caso de los sueños. Si no somos capaces de jurar, es decir poner a Dios por testigo, que hemos consentido, seguro que sólo hemos sentido. No hay que confesarlo, no hemos pecado. Cuidado con esto, es muy importante saberlo distinguir ya que si no podríamos cometer el error de no comulgar por pensar que hemos pecado cuando en realidad no ha habido ni sombra de pecado. Así, el demonio que ve que no nos puede tentar con pecados graves, nos tienta con esto con el fin de apartarnos de la Comunión.
Tenemos que resaltar que nos estamos moviendo en una espiritualidad ignaciana. Esto significa que da mucha más importancia a la razón que al sentimiento. Hay movimientos que dan mucha importancia al sentimiento, pero en cuanto éste se acaba se puede llegar a perder la fe, la esperanza o incluso el amor y es que no podemos fundamentar la fe, la esperanza ni la caridad en el sentimiento si no en la voluntad. El alma es como un avión que tiene que volar igual independientemente de que abajo haya sol o nubes, claro que el sentimiento es importante, que no somo máquinas, pero la obligación no puede depender de lo que yo sienta en ese momento determinado.
Podríamos pedirle a San Ignacio de Loyola que nos alcance la gracia de conocernos a nosotros mismos con el fin de enderezar lo torcido y poner al servicio de Dios lo bueno que tenemos