Tras los escritos sobre aquellas cosas que pueden ayudar a las almas de los que lo amaron en vida, en el aniversario de la muerte de mamá, queremos compartir estas letras con vosotros. Queremos publicar más escritos, pero aquí terminaría un ciclo. Podrán ver que vamos escribiendo uno u otro, sin necesidad de decir de qué hermano se trata:

  Recuerdos de nuestro padre 1, Recuerdos de nuestro padre 2, Recuerdos de nuestro padre 3

Queremos publicar más escritos, pero aquí terminaría un ciclo. Este capítulo podría titularse,

      ENFERMEDAD Y MUERTE, o también GRÀCIES PER TOT EL QUE FEU PER MI

  Con la idea de que aquellas personas que estuvieron cerca de nuestro padre durante toda la vida, puedan tener un acercamiento al Alma de Manuel María Domenech y a sus últimos momentos, escribimos estas líneas como resumen de lo que vivimos el pasado mes de mayo, y los meses anteriores.

  Era un día de abril del año 2018, casi seguro que el día 11. Fuimos con mi padre a ver un partido de fútbol, tuvo ganas de ir al servicio, que estaba a poco más de once pasos, pero me dijo que no sabía ir. Al día siguiente comimos con Francisco, el campanero, y tuvo dificultades para comer. Se marchó diciéndome: “¡Qué mal he visto a tu padre!”. Eran las primeras señales de que algo no funcionaba bien. Llamé a mis hermanos, pero no sabían nada. No habían notado nada días antes.

  Sería al cabo de un año. El 2 de mayo de 2019 cuando se desmayaría por primera vez. Mi hermano acababa de llegar de la Ordenación Sacerdotal de Miguel Ángel, nuestro primo hermano, en Roma. Montse llamaba a Ignacio. Pocos minutos antes, había estado waseando con él desde el avión, y al llegar al aeropuerto de Barajas, ya vi que no me estaba contestando bien. Enviaba parte del hardware del móvil, a las que yo no sé ni llegar.

  El período que pasó desde ese día hasta el pasado 27 de mayo, fue un ir cayendo poco a poco, muchas veces sin saber por qué. Otras, hasta sabiendo de más. Como me ocurrió con mi madre, estaba con él la última vez que pisó el hospital. Fuimos José María y yo. No lo dijimos, pero sabíamos los dos que no volveríamos más. Ha sido difícil, largo, duro y, a la vez, hermoso, entrañable, un regalo. Lo que cada uno de los hermanos hemos vivido a su lado es muy difícil de expresar. De todo lo que he vivido sólo resaltaré dos cosas. Todos los días, todas las noches, se despedía diciendo: “Gràcies per tot el que feu per mí”. Y en segundo lugar, las tres horas, de tres a seis de la mañana, que pasé rezando con él, la noche anterior a su muerte. Ignacio me había dicho: “Sé que acabas de venir, pero he visto a papá muy mal. Tú sabes lo que tienes que hacer y lo que puedes hacer, pero yo me volvería. Estuve con él las últimas veinticuatro horas, gracias a mis compañeros, y a hacerle caso a mi hermano”.

  A partir de aquí, os pongo lo que vivieron ellos. Durante unos años habíamos recibido un ejemplo grande de abandono y paciencia. No se quejaba por nada. Nunca le dolía nada. Cuando le dijimos que estaba enfermo, le sobrevino una mansedumbre y serenidad ejemplares. Nos habían comunicado que todo el abdomen tenía cáncer, el intestino, el hígado… Le dieron en febrero un mes de vida, y todavía pudo asistir a la Confirmación de Juan Pablo y Bosco de manos de, como él decía, el «excelentísimo y reverendísimo señor obispo» Sergi Gordó, y a la Primera Comunión de Martí y Gemma, casi su última salida de casa. Fue a misa todos los domingos de su vida, excepto las de los ingresos hospitalarios, incluso la del 21 de mayo de 2023, 6 días antes de morir. Lo primero que teníamos que buscar en los ingresos era el servicio religioso, para el que me hacía traer dinero en mis visitas. Siempre decía: “Que Déu us pagui tot el que heu fet per mí” (Que Dios os pague todo lo que hacéis por mí). “Que Déu us beneiexi desde Sió” (Que Dios os bendiga desde Sión).

  Tuvo recuperaciones muy agresivas tras la rotura de fémur por la coincidencia de las restricciones del COVID19, que le impidió la movilidad, ya casi de forma permanente y empezó a ser muy dependiente, aunque logró caminar con andador para ir a Misa. Puso todo de su parte, pero le dolía extremadamente, por las dificultades de recuperar después de cada neumonía. Fue muchas veces al hospital y necesitamos ayuda externa. Aunque la Providencia nos regaló poder cuidarlo en casa. En algún hospital, que no voy a mencionar, Dios aprovechó el mal que le hicieron para que sufriera el abandono de la noche de jueves a viernes santo, puesto que el personal desatendió a los enfermos en esos días en que las restricciones de covid eran una excusa para no trabajar, estando prohibido el acceso a familiares. Lo supimos por su reacción escondiendo el pánico cuando le planteábamos un nuevo ingreso.

  Los que lo conocisteis sabéis de su fortaleza de carácter. Recibía cordialmente las visitas que tuvo, sobre todo las de sus compañeros de trabajo de IBM y sus compañeros de la carrera. Aceptaba los cuidados, los horarios, leía las cartas. Le costaba hablar pero se esforzaba por rezar el Rosario con nosotros, en familia, como lo había hecho toda la vida, y tras él, el Credo correctamente.

  En todo el periodo de su enfermedad pude volver a constatar una cosa. Siempre en toda su vida, hacía lo que tocaba y nunca hacía lo que no tocaba, aunque muchos de sus allegados no lo entendieran. Esto me ayudó en mi educación y formación, porque en toda mi vida, siempre que yo hacía algo que no tocaba, lo peor no era su corrección, si no la increpación que me producía su ejemplo en eso, esta era la mayor de las bofetadas. Su enfermedad me sorprendió por cumplir eso mismo en los detalles más pequeños de la misma, con un criterio casi militar. La aceptación de secarle unos pies que ahora «tocaba» secárselos, la aceptación de intentar levantarse porque lo había mandado el fisioterapeuta Xavi y el no hacer caso a los médicos que estaban mandando cosas que «no tocaban», son ejemplos. Cuando le secaba los pies después de la ducha, me daba las gracias, yo le decía que lo tenía que hacer porque lo dice la Biblia y él no lo negaba y aceptaba esos cuidados, más porque lo dice la Biblia o porque lo necesitaba yo, que por que lo necesitara él, que también. Otro ejemplo sería cuando le tenía que dar yo la última cerveza que tomó con la familia Roca Obis (aparece en la primera foto), la de mi hermano y la mía, catorce días antes de morir, después de la Misa dominical. Incluso, el día que la doctora de servicios paliativos me estaba diciendo fuera de su habitación que debía llamar a mis hermanos, vi cómo él nos miraba con la cara pendiente de quién todavía mantiene el mando de la casa y confirmando que nos estamos enterando.

  Recibimos algunos escritos que escuchaba atentamente, sirva como resumen las palabras de Miguel Menéndez:

Querido Sr. Domenech,

Tengo grabado a fuego las palabras de agradecimiento que usted le dijo a Monseñor Guerra Campos en la puerta del Colegio Corazón Inmaculado de María. El gran y santo obispo D. José le contestó que él sólo era un instrumento y usted, mientras se iba alejando, le grito que sí, pero que los instrumentos a veces fallan.

Pues yo directamente, sin concederle derecho a réplica, le quiero dar las gracias por haber sido un instrumento que no ha fallado al Plan Divino. Un instrumento que ha trabajado por extender el Reino de Dios y que gracias a su contribución en esa extensión algunos hemos conocido y saboreado la Verdad en todas las obras que el padre Alba puso en marcha con su estrecha colaboración. No puedo olvidarme de los campamentos. Inmenso agradecimiento a los campamentos. A los campamentos yo le debo todo. A Ángela, a usted… Sólo puedo decir GRACIAS. En un mundo en ruinas, a pesar de las deserciones y la decadencia generalizada, aquellos niños y jóvenes que por allí pasamos nos quedó tatuado en el alma que LA REINA VIVE y vive para siempre.

Usted ha sido un instrumento que no ha fallado. Cumplió su misión. Hizo suyo el FIAT. Sus hijos pueden dar fe de ello y yo me uno a su familia para darle las gracias. Quisiera escribirle muchas cosas, mencionarle algunas sus charlas que tanto nos han marcado, sus consignas, los cenáculos…

Con todo el cariño, aprecio y admiración de siempre le mando un abrazo enorme y le encomiendo al Buen Dios al que usted bien ha servido. Seguiremos el ejemplo del padre Alba, de D. José Guerra Campos, de usted… aunque no les lleguemos ni a la suela de los zapatos.

GRACIAS. MUCHÍSIMAS GRACIAS, Sr. Domenech. Que Dios le pague no haber fallado.

  También múltiples mensajes de adhesión con palabras entrañables sobre su vida, así como la presencia de amigos, hermanos sacerdotes, ahijados de mis padres (César Silva en las imágenes, junto a su madre, y sus hermanas; al lado Don Javier Borrull), y cientos de visitas en el tanatorio que llenan de consuelo nuestros corazones, así como, bien seguro, el de mis padres. Llegamos ya a los últimos momentos.

  Ante su estado de degeneración de varios órganos, renunció a los tratamientos, aceptando la llegada de la esperada muerte. Mantuvo la serenidad cuando reunidos con él, le explicábamos lo que tenía.

  El jueves 25 de mayo, saliendo del trabajo, después de pasar por casa fui a ver a papá, dado que nos habían avisado porque había empeorado, y estaba acostado, con un estado de padecimiento bastante terminal, y pensé que era el momento de Getsemaní. Recé con él las oraciones de la noche. Me despedí de él y de camino a casa envié un audio: “Hola nens, estoy ya yendo para casa. Acabo de ver a papá. La verdad es que papá está muy mal. O sea, es la realidad. La evolución ha sido a mucho peor y le veo muy diferente y lo vi el domingo. Yo lo único que veo es que, respecto a Jose, ahora entramos en un momento, por él y por nosotros de intentar estar con él. Yo no sé cómo lo tienes, Jose, no sé cómo tienes tus planes, ni mañana, ni tus teletrabajos, ni tus cosas, y yo también. Yo ahora hablaré con Montse y a ver qué, qué podemos chutar y qué no. Y respecto a ti, Antonio María, yo creo que el obispo, en febrero, dada la noticia te dio vía libre de decisión, de que dejaras tus pueblos y como esa concesión de padre de decir “vete con tu padre”. (Siempre le estaré agradecido a Don José María por sus palabras, gestos y facilidades en la enfermedad y muerte de mis padres, de los dos). Entonces, puedes dormir en mi casa o en casa de Jose, que en vez de estar a seiscientos kilómetros, estarás a treinta. Pero, yo creo que planificar, al menos, al menos pensarlo, si es viable, porque creo que la autorización la tienes, el permiso laboral lo tienes. Tú decides, porque hagas lo que hagas también está bien. Tampoco te rayes, pero creo que tiene más sentido ahora que en febrero, aunque no lo supiéramos. Y nada, venga, ánimo. Adéu.” A la mañana siguiente, empecé a suspender compromisos, buscar sustitutos, que siempre se ofrecieron con sencillez y generosidad, y salí de nuevo hacia Barcelona.

  Después de hablar con todos sobre la irresponsabilidad del equipo de paliativos, sin pasar ni siquiera a visitarlo durante semanas, envié este correo electrónico: “Buenas tardes, Ruego visita urgente de la Doctora al paciente Manuel María Domenech Izquierdo, paciente de PADES. Es necesario ver la hemorragia de varios palmos del costado izquierdo del tórax. Gracias”. Y añadí la dirección.

  La noche de jueves a viernes papá me llamó y le fui a hacer compañía, le daba agua, le acariciaba, rezaba… eso se repitió varias veces, intentaba consolarle pero algo notaba que no estaba bien, tenía mucha angustia, desasosiego y malestar. Aquella noche era diferente. Su angustia musitaba oración y petición. Vi con claridad que llegaba el final y al amanecer escribí con urgencia al sacerdote de nuestra parroquia, mossen Felio Vilarrubias, el cual estaba a los pies de la cama de mi padre a los diez minutos. Avisé a mi hermano José María, que en aquel momento era el que estaba más cerca y también pudo estar presente. 

  Mi padre recibió la Bendición Apostólica y el Viático y recibió por última vez a nuestro Señor en la Sagrada Comunión. El mossen partió un partícula chiquitita, pues llevaba días que tragaba con dificultad. Le acerqué el vaso para darle un poco de agua que le ayudara a tragar, como llevaba haciendo todas las veces los últimos días, y con la reciedumbre que toda la vida le caracterizó giró la cara dándome a entender que apartara el vaso y plenamente consciente de lo que hacía tragó. Seguidamente el mossen le dio el Crucifijo, aquella cruz que trajeron mis padres de Roma, de la peregrinación del año 1980, el Crucifijo que toda la vida estuvo en su mesita de noche. Lo besó y se quiso santiguar pero estaba tan débil que no le llegaba la mano a la frente. Le cogí la mano y le ayudé a santiguarse. 

  Creo que ha sido lo más impactante que he hecho en mi vida: ayudar a mi padre a hacer la Señal de la Cruz. Durante toda su vida, que yo recuerde, todos los días, mi padre se santiguaba. Una de las veces, muy característica de él, era al salir de casa, y si ibas a su lado te preguntaba: «t’has senyat?» (“¿te has santiguado?”), para que cogiéramos también esa costumbre. Se santiguaba varias veces al día: al salir de casa, al bendecir la mesa, al empezar un viaje, al despegar en un avión, al empezar las charlas en el campamento, al empezar o terminar el rezo del rosario, al levantarse de la cama al despertar… Recordé al hacer ese gesto, de ayudarle a santiguarse, que fue él el que tantas veces de niña me cogía la mano para enseñarme a hacer la Señal de la Cruz, hasta que aprendí. 

   A partir de aquel momento mi padre se quedó sereno y lleno de paz. Había recibido la Comunión por última vez, él, que había sido un hombre de Misa y Comunión diarias, de adoración nocturna mensual, de presencia de Dios permanente, estaba preparado para el encuentro definitivo con su Rey y Señor. Se terminaba ese estado de «aguantando y esperando» porque quedaba muy poca espera. Se aproximaba, por fin, su anhelado encuentro con Ángela, con la mamá, con «su compañera en las cosas terrenas y celestiales» como la llamó en el momento de enterrarla en el recordatorio de muerte. Se encontraría con su querido Padre Alba, su director espiritual de toda la vida. Era plenamente consciente de que se moría. 

  Fue llegando la familia y la casa cambió de ambiente. Nos confortaba estar todos junto a él. 

  El viernes por la mañana, me fui a trabajar y avisaron de que había empeorado. Decidimos dejar los trabajos y acudir a casa. A los pocos minutos llegaron los médicos de paliativos –ahora sí que se dieron prisa en venir, pues a las llamadas no hacían caso- y avisaron de que podían quedar cuarenta y ocho horas. Antonio María ya estaba de camino. Pasó todo el día acompañado y por la noche decidimos hacer tres turnos de tres horas, José María, Antonio María y yo. Uno de los ratos recé los Misterios de Luz, que mi padre decía “los nuestros”, porque habíamos estado en los lugares de Tierra Santa con mis padres y Montse.

  Aquella mañana atendió sonriente la conversación que tuvimos Ignacio y yo sobre el frenado indirecto de los trenes, era plenamente consciente, conversación que alargamos porque vimos que le estaba interesando. Tuve valor para hablar con él sobre qué veremos en el cielo, sobre si hay que dar o no recuerdos a familiares difuntos a un moribundo. Le dije lo mismo que le había dicho él a mi tío Tomás de Fuentes, «papá te estás ofreciendo en el Santo Sacrificio del Altar, como Jesucristo». Mi hermano entonces dijo que venían los ángeles a buscarnos, a lo cual le contesté: «sí, pero eso es la Esperanza, ahora toca la el Sacrificio de la Cruz» a lo cual asintió con fuerza y genio.

  Al despedirse de los niños nos dio a cada uno un beso, con los niños incluidos, porque era consciente de que se estaba marchando. Cuando agonizaba se notaba el dolor de Jesús en la Cruz. Muchas veces cogía la medalla del Carmen, que besaba todas las noches, desde pequeño. Era la medalla de su Bautizo, la llevó siempre.

  Después recé las letanías en latín, como las rezaba él. Durante la mañana del sábado pusimos las músicas del “Veni Creator”, la Salve Marinera, celebró mi hermano la Santa Misa, y rezamos los misterios de Gloria. Ya no comía nada, tenía sed, la boca seca y la lengua oscura. Mojábamos agua en una gasa y absorbía algo. Durante el día lloró tres veces. Le caía una lágrima del ojo izquierdo. Le cogíamos la mano y rezábamos. Aquella tarde, todos junto a él de rodillas, José María le dijo “fins al Cel” (hasta el Cielo), Inmaculada le dio las gracias por todo y también “fins al Cel”. Rezamos las letanías de los Santos, con una emoción muy fuerte y volvió a llorar. Hubo un silencio. José María se levantó, le dio las gracias y le dice “Ara no tinguis por, vindran els àngels i et diran el que has de fer”, (Ahora no tengas miedo, vendrán los ángeles y te dirán los que tienes que hacer, las palabras que le había dicho mi padre a mamá en sus últimos momentos), hubo un silencio y murió, sonando los cayados del inicio de la Misa del Alba de las Marismas, de los Romeros de la Puebla: “Que la puerta del Cielo se abre, al grito del Sol, y en la ancha marisma se asoma la gracia de Dios”. En el momento de morir su rostro reflejó una emoción profunda, y le cayó otra lágrima. Era consciente de que había llegado su hora.

  Montse nos dijo: «¿Habéis visto su cara de visión beatífica?» Yo no la advertí, solamente me quedó el recuerdo vago de una leve pero intensa sonrisa. Viviré siempre con la duda de si vio a mi madre, a María o la Jerusalén Celestial que baja del Cielo.

  El día de la Blanca Paloma, después del día de Pentecostés, en cuya Vigilia había muerto, recibió cristiana sepultura, después de la Misa de Exequias en la Parroquia del Roser, su Parroquia, desde que se casó. Sólo nos queda esperar, como hizo él escribir en el nicho de sus padres, donde aún no reposa, al haber enterrado allí a su hermana Montse, sólo cinco meses antes: AMÉN, AVE MARÍA, VEN SEÑOR JESÚS.

  Hasta mañana en el Altar.     

   Hermanos Domenech Guillén         

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