Los Magos de Oriente, «al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría» (Mt. 2, 10). Por un día como hoy, tiene el título este blog; y no puede faltar la entrada de su onomástica. Gracias al Cielo, hemos podido pasar la Navidad todos juntos. La casa sufría en su máximo de prestaciones. Es cierto que no han comido los sobrinos como esperaba. Ha habido años de más hambres, pero sí hemos disfrutado de estar juntos. En todos los entierros, cuando rezamos por el segundo padre fallecido, de los muchos que he enterrado a los dos… siempre les digo que es el momento de trabajar por estar unidos. Es importante que no me pase a mí lo mismo, y por eso doy las gracias a cada familia por el esfuerzo de venir con todos sus hijos.

  En segundo lugar, algunas personas se lamentan por la sillas vacías en cada Navidad. La verdad es que, si me permiten la broma… aquí no había donde sentarse, pero es cierto que mis padres ya ocupan el lugar en el Cielo destinado para ellos, de aquéllos que dejaron libres los ángeles caídos, como le gustaba decir a mi padre. Al menos, eso es lo que pedimos al Niño Dios con esperanza cristiana. Digamos que ya han llegado donde iban, y han celebrado juntos la Navidad en la Gloria, escuchando en directo aquél «Gloria a Dios en la alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad», o las otras palabras: «Hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor».

  En este año me han llenado de inmensa alegría muchas cosas. Las dos más relevantes han sido haber podido estar junto al lecho de muerte de mi padre con hermanos, cuñados y sobrinos las últimas veinticuatro horas, y ver a mi hermano conduciendo una máquina de tren, haciendo algo en serio de aquello que le gustaba desde niño: Jugar con mi padre al tren eléctrico. A mí me gustaba que chocasen los trenes, y a él arreglar los contactos, montar las vías, conseguir más miniaturas. Los Reyes le traían vagones desde Alemania, se respetaban los circuitos en el suelo semanas enteras y, al final, fue una de las últimas cosas a las que jugamos juntos con mi padre, ahora hará un año. Es verdad que los kilómetros se notan en el cuerpo, que veía coches por las noches y sirenas en las carreteras sin que estuvieran, pero valieron la pena. «Vale la pena dar la vida por Jesucristo», decía San Juan Pablo II en Cuatro Vientos… y Jesús estaba en la cama.

   A los Reyes les pido que nos ayuden a descubrir a Cristo en su humanidad, en aquéllos que tenemos cerca. En el que está solo, en el pobre que viene, como cada año, pero esta vez con el abrigo que le di el año pasado, tan orgulloso. En el vecino que pide una Misa por su abuela, pero te lo explica tres veces (por si no te ha quedado claro), en aquél que quiere confesarse contigo pero vive lejos, en cualquier persona que te necesita. Que ellos nos ayuden a todos a ver a Jesús hombre.

  También nos pueden ayudar a ver la divinidad de ese Niño. Ese niño Dios, espera nuestra adoración como hicieron los Reyes. En cada genuflexión, en el estar de rodillas en la Consagración, en el comulgar devotamente y bien preparados, en el silencio en la Iglesia con respeto y reverencia. En saber que siempre, siempre está con nosotros, y que también nos espera en el Sagrario más cercano.

  Y, por último, nos ayuden los tres, desde el Cielo, a descubrir la realeza de Cristo en nuestra vida particular, sobre todo con el tiempo, que lo tenemos para todo pero nos falta para Él. En la sociedad que no lo reconoce, en las leyes que buscan paz, y sin Él, a la vista está, no la encuentran; en los que no saben que es Rey y que volverá para ejercer su realeza sobre las naciones. En fin, en tantas cosas pendientes que no sabemos hacer mejor. Hoy escribo ésta, mi pequeña carta a los Reyes para que me ayuden a servir a los demás, a Jesús y en cada situación de mi vida como sacerdote, como ungido del Señor, como siervo.

  Espero de todo corazón que te traigan a ti lo que has pedido. Que reconozcas los bienes recibidos, que seamos agradecidos con todo lo que tenemos que, a menudo, nos acostumbramos a verlo y no lo valoramos. Desde el comer, el dormir, la casa calentita, e incluso lo necesario para poder trabajar. Disfruta de cada segundo de vida con los tuyos, date a los demás y, pase lo que pase, no te olvides de que cuanto más feliz hagas a los demás, más lo serás tú.

  ¡FELIZ DÍA DE REYES!

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