Estos días, con motivo de la fiesta de Halloween, algunos youtubers católicos han grabado sus vídeos en contra de la fiesta americana que, en muchos casos, no es más que un camino hacia la brujería para los más pequeños y un guiñarle el ojo al diablo, cosa que siempre acaba mal.
Sin embargo, es cierto que en muchos pueblos se ha reducido a disfrazarse de lo feo y pedir caramelos por las casas. Este año, algunos de los monaguillos se han sumado al «yo no celebro halloween». Estoy agradecido por su valentía para no dejarse llevar por el «lo que todos, como todos» y porque gracias a los que me han ayudado como lectores litúrgicos y rezando algunos misterios del Rosario en los cementerios, todavía conservo voz para las Misas de mañana. No hay duda de que esta fiesta de Halloween no es nuestra, digamos que sus abuelos no celebraban este día nada más que a Todos los Santos.
Es cierto que en los pueblos no pasa la celebración nocturna de que los niños se pongan disfraces feos y pidan caramelos por las puertas. Sea lo que fuere, en algunas diócesis españolas, se ha extendido la idea de disfrazarse cada niño de sus santo preferido o del santo de su nombre. La idea es buena pero queda algo incompleta. Hoy no celebramos sólo a los santos que tienen ya su fiesta: San Francisco Javier el día 3 de diciembre, Santa Teresa de Jesús el 15 de octubre o San Antonio el 13 de junio. La oración sobre las ofrendas de hoy dice así: Sean agradables a tus ojos, Señor, los dones que te ofrecemos en honor de todos los santos, y haz que sintamos interceder por nuestra salvación a los que creemos ya seguros en la vida eterna.
Estos que creemos ya seguros en la vida eterna son nuestros familiares, nuestros vecinos, nuestros amigos que ya han partido de este mundo, y Dios, por su infinita misericordia los tiene ya en la Gloria. Por eso podemos pedir su intercesión. La Comunión de los Santos no sólo es un misterio para rezar por nuestros difuntos, sino para pedir la intercesión de aquellos que están en nuestro corazón, y que ven a Dios cara a cara. El gozo de su Gloria es una fuente de esperanza para todos nosotros. Si les piden su intercesión, tendrán pruebas de que están con Dios. Sus vidas fueron sencillas, hicieron extraordinariamente bien lo ordinario de cada día. No se han estudiado sus virtudes heroicas, y no se han enviado al Vaticano, pero bien seguro que son ejemplo para nosotros.
La llamada universal a la santidad es para todos. No eran los santos de una pasta diferente. Los que han dado su vida por los demás, no lo han improvisado. Su heroicidad ha sido fruto de una entrega constante. No se improvisa cuando alguien da su vida por otra persona, o le dedica cada instante, como hacéis muchos con vuestros enfermos. Hace poco conocí a una chica en una Iglesia, que me llamó la atención por la manera de escuchar la Santa Misa, su modo de orar y de comulgar. A los pocos días, hablando con ella me dijo: viví algunos años en un colegio mayor de la Universidad de Navarra, y las compañeras que vivían allí me llamaron la atención por su bondad y su virtud. Me dije: «quiero ser como ellas, voy a buscar qué es lo que las hace diferentes». Me di cuenta que era la asistencia a Misa, y desde ese día, voy todos los domingos. ¡Qué maravilla de historia!
Ojalá nosotros, en todas nuestras situaciones, con nuestras palabras, con nuestro trato, a causa de nuestros favores, de saber estar con quien lo necesita, seamos capaces de ser ejemplo para todos los que nos tratan, sin tener nunca, con la ayuda de Dios, miedo a ser santos. Que no tengamos miedo de abrir de par en par las puertas de nuestro corazón a Cristo. Él nos espera, junto con todos los santos, en el Cielo. El deseo del Cielo y la intercesión de los que nos precedieron en la Fe nos acompañen toda la vida. Así sea.